jueves, 21 de junio de 2012

Ulises, en su lecho de Itaca


Quizás fue solo un sueño. 
Aunque la sangre
resbalara en tus manos y extendiera
su perfume de sombra espesa. 
Piensas ahora, 
densamente, 
en la marea de rostros descarnados, 
sin memoria,
en sus muecas de angustia y sed oscura.

Si verdaderamente no fue cierto,
si no viste vacío en las miradas,
en las bocas, 
entonces, dime, 
Ulises,
si no es verdad, 
si ni siquiera viste en el averno
el rostro de Tiresias,
dime entonces
cómo es posible que tu nave
fondee en el vinoso mar de Itaca.
Que tu esposa rebose con sus labios
tu cuerpo de placer y de deleites.
Y la sangre que impregna
con acre tozudez tu olfato 
y que el perfume
de Penélope hunde en un vahído
de mortal acidez, 
¿no es acaso el trofeo, 
el auténtico valor de tu venganza?

Has derramado tu simiente
en su cuerpo, maduro y olvidado.

Es ahora cuando empieza el sueño,
palacio de memorias negras
y temblores,
de silencios 
y sombras movedizas...

Ciegas al cíclope
de nuevo, sientes su sangre,
sí, viscosa, alegre,
por tus dedos. Luego,
de nuevo eres 
falso mendigo en tu reino;  
tensas el arco,
quieres la sangre, la deseas,
oscuramente,
y tantas veces disparas; disparas
y oyes,  tantas veces, estertores
de agonía...

Por qué no fue posible
navegar para siempre entre la espuma
de la mar venturosa;
soñar, definitivamente,
la dulce muerte 
entre las olas,
o entre los brazos nacarados 
de Nausícaa.

1 comentario:

  1. Qué poderosa ambigüedad la de este canto.
    No sé muy bien si huyes de la realidad o la deseas demasiado (un imposible).
    Cantar la verdad de lo perdido, el sueño de lo poseso.

    Saludos. Lucas

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