miércoles, 26 de marzo de 2008

Una carta, sobre Jesús de Nazaret

Me preguntó mi amiga Elena, un día, sobre Jesús, si era, como acababa ella de leer, un guerrillero. No sé por qué, pero, de repente, al dejar la conversación me dio por escribirle ideas que me iban viniendo sobre Jesús. Y le envié una carta en verso libre, así escrita, al tuntún, pero con el corazón en la mano. Ahora pienso, al releerla, que puede ser interesante para alguien más, y la doy tal cual en este espacio mestizo y multiforme. No es una profesión de fe, ni mucho menos, ni tampoco una renuncia a saber del personaje histórico. Es simplemente un texto escrito en otro plano, desde el que aún me parece rescatable el cristianismo como un bien común de nuestra cultura, más allá de las creencias y fidelidades de cada cual.

Elena, es un rumor de sombras
diversas las que se disputan
el rostro ambiguo de Jesús,
su mirada
dulce,
como su voz que desde el monte
lanzaba bienaventuranzas a los afligidos.

Dichosos los pobres de corazón,
decía,
porque ellos tendrán riquezas en el cielo;
los perseguidos
por causa de justicia,
que ante el Señor serán justificados.
Los que sufren, bienaventurados serán,
y los hambrientos y sedientos de justicia,
dichosos, porque el Buen Padre
saciará para siempre su apetito
con la carne mortal que yo os entrego
y la sangre que vierto
hasta la última gota por salvaros.

Se hacía llamar, Elena,
Hijo del Hombre,
y predicaba amor
y confianza
en el Padre del Cielo que nos diera
el ser, decía,
que modelando con sus manos
la triste marioneta ilusa,
que sostiene
las almas inmortales en la Tierra
sopló su espíritu para infundirnos
este sabernos vivos y tentados
de dicha y dignidad
de humana redención y vida.

Pero en los mismos evangelios
otra corriente extiende su murmullo
bajo la superficie
de este Jesús de ojos limpios y amorosos.
La espada del buen Pedro,
el látigo con que arrojara
los pobres mercaderes desde el Templo.
"He venido a traer la espada,
la astucia de serpiente, la madre
a separar del hijo y del esposo
la esposa misma." Tales cosas
decía y maldecía a la higuera
por no ofrecerle fruto
aun fuera de sazón.
Un hombre de impaciencia, con la mirada
exhausta de perdón y en cambio llena
de feroz exigencia, de un incendio
de llamas destructivas, de violencia.

Tantos son, pues, los cuerpos
para que imaginemos que encubrían
el alma misteriosa
del joven galileo, o nazareno...

Pero no es, querida Elena,
el cuerpo lo que importa, no son
los huesos de judío levantisco
que contra el reino injusto
de Herodes alzó el fuego de su cólera.
No es su carne,
sin duda devorada
bajo la misma cruz por perros y aves negras.
Ni es la sangre, exhausta y derramada
por espinas y látigos y lanzas
lo que podrá saciar la sed que acecha
dentro de nuestras almas solitarias.

Sed de bondad,
de ver siempre en los ojos
de las personas el reflejo
de un cariño infinito, inexplicable.
Hambre de amor,
de abrazar en los niños la perfecta
encarnación de lo que humano
por dentro nos escuece, dulcemente.

Eso es Jesús, no el rostro del dolor tan solo,
no tan solo el perdón en la agonía,
ni siquiera el perdón de nuestras faltas,
imperdonablemente repetidas.
Jesús es lo que queda
al desnudar de muerte el alma,
es el fondo en que ansiamos ser humanos
de una manera que a la vez asusta,
porque está llena de divinidad, de vida.

Y es esa eternidad de cuanto bueno
alienta el corazón con que nacemos.
Por eso lo llamamos
Hombre y Dios a la vez,
al Nazareno,
a esa imagen que sufre y que bendice,
que muere en los pecados y en la muerte,
que nace en la alegría que da amarnos
los unos a los otros
desde el latido hondo de la vida,
que es cuanto los mortales poseemos.

Ese es Jesús, Elena, y lo buscamos
todos en el amor,
en las caricias,
en la sonrisa y la canción,
en la tristeza,
en el rostro de Buda, entre los pliegues
de las ropas de Gandhi o de Teresa
por las callejas de Bombay entre leprosos.

Y, sabes, a veces vuelve
a la tierra y nos nace en nuestros hijos
que duermen sin saber que los velamos
temiendo por su vida tan pequeña.

Y es una Navidad que se repite
en los besos de amor a boca llena,
en la tristeza
con que despedimos
la marcha de las gentes que se apagan.

Qué importa entonces
si el hijo de José fue un carpintero,
o un guerrillero contra Roma. Qué importa.

Vive en nosotros para siempre,
es esta eternidad tan transitoria
que se rompe en la muerte y sin embargo
late por dentro de los ojos
de los que nos amaron
y harán saber de amor a los que nazcan.

8 comentarios:

  1. Por Dios, me has hecho llorar.
    Hoy, ponia yo en mi blog:
    Mi luz, cuando no tengo a nadie, solo puedo consolarme pensando en él.
    http://mami222.blogspot.com/

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  2. Necesidad de mantener las pruebas de mi blog. No funciona como yo lo quiero todavía. Thx por el tema. Tal vez esto lo mío para mirar mejor.

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  3. Acabo de añadir el feed a mis favoritos. Me gusta mucho leer sus mensajes.

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  4. Lovely sharp post. Never thought that it was this easy. Extolment to you!

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  5. Grande, he encontrado lo que he estado buscando

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  6. Lo que es un buen puesto. Me encanta la lectura de estos tipos o artículos. No puedo esperar a ver lo que otros tienen que decir.

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  7. hola, Chicos, Es onerosa para encontrar gente educada sobre este tema, sin embargo, suena como te das cuenta de lo que estás hablando! Gracias

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  8. Gracias, buen trabajo! Este fue el material que tenía que tener.

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