lunes, 25 de noviembre de 2013

El libro de Belén Esteban, éxito imparable de ventas

Es un aspecto más de la realidad. No sé si expresar escándalo moral, que es lo que nos pide el cuerpo, ayuda a interpretar el fenómeno. Sin entrar en la persona, que probablemente no existe como tal casi desde el principio de su vida pública, hemos de comprender para qué usa la gente estos guiñoles inconscientes, estos personajes de plastilina emocional, a los que sitúan en un autoparódico altar. Tienen más que ver con la fruición carnavalesca con que se consume este género de televisión, en el que reman, a modo de galeotes, pícaros aprovechados junto con ruinas humanas incongruentes y sin embargo adineradas, que con personas que merezcan ningún juicio de carácter valorativo. No caigamos en condenas ciegas. Tratemos de entender... No importa quiénes son, si algo son, sino para qué los usa la gente. Y no dejan de deslegitimar, con su sucia camaradería, a la jet set antañona del papel couché: monarcas de capirote (algunos aún en estrambótico ejercicio borboneante), estrellas de cine apolilladas o protésicas... En este sentido, su proximidad restablece una jerarquía correcta paradójica, al contagiar de cutrez inmisericorde a las antiguas aristocracias, ranciamente nobles o puramente enriquecidas, que tratan de desaparecer del hábitat simbólico en el que se ven forzadas a pastar junto con tan antiestético ganado advenedizo. Quizá, después de todo, esta moderna peste del famoseo hediondo tenga un cierto poder raticida y revolucionario contra las elites dominantes, que ya no saben bien cómo figurar, cómo satisfacer su necesidad de existir apartados y sin embargo mostrarse y construirse emblemáticamente ante los sometidos. Son, en fin, una suerte de blasfemia involuntaria de ese credo zafio en la superioridad del poder o del dinero...

1 comentario:

  1. Lúcido análisis, Benjamín, como es habitual en ti. Recuerdos desde el Ampurdán.

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