sábado, 10 de agosto de 2013

Nana, ennegrecida

Ayer supe de la muerte de una niña. Y recuerdo una nana, un poema de hace tiempo. La busco enseguida y la copio aquí, como si fuera una oración, un espacio donde descansar las palabras que no sé decir ahora, en esta orfandad, mojada de sombra y de sueño.


Con la punta del dedo
entre los labios
me recuerdas, mi cielo,
que ya no hay llanto.

Casi un suspiro
se te escapa del pecho
recién dormido.


Que las lágrimas dejan
desconsoladas
sus quehaceres salados
hasta mañana.

Golosa y tenue,
se te enreda la noche,
tibia y silente.


En tu frente coronas
trenzo de besos
dulcemente apagados
como silencios,

como palomas
que en el nido apacientan
ríos de sombra.


Con la aurora los ángeles
traerán sus plumas
para anunciar en vuelo
hilos de luna,

senos que brotan
destilada caricia,
dulce y sedosa.


Cuando llenes el viento,
reina de luces,
con tu risa celeste
de ruido y cumbre,

tendrán mis ojos
alfileres de llanto
libre y gozoso.


Pero no te despiertes,
ahora, mi vida,
que la noche te canta
sueños de brisa,

nanas de nube...,
¡temerosa gacela
que al viento huyes!.

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