lunes, 12 de agosto de 2013

¡Amada!

¡Amada! Evocaré tu voz como una luz desnuda,
una espada de pluma, abandonada
junto al cauce y la sangre, ya despierta.

Me cubrirá de heridas de esplendor,
vuelo y nido de viento enamorado
y en su cobijo
rebosará de orugas plateadas
mi piel, como un pino que sangra
alimentando lenguas y caminos.

Serás cuna del grito y del gemido,
torre de las tormentas,
alcázar de la espuma y de los besos,
girasol de las lunas vagabundas,
goce de los sentidos
dulcemente en la sombra derribados.

Destilaré tus labios en mi alma,
dormitará sonriendo tu recuerdo
y tus ojos,
hijos de la ternura y la presencia,
dibujarán abejas en mi boca,
temblor, dulce temor, placer huidizo.

¡Ah, mi amada, tu voz, igual que un fruto,
pulpa de piel sedosa,
jugo de azar oscuro, espejo herido!
Murmura ahora mi sangre su silencio,
te requiere, te nombra,
y te invoca a la cumbre de los cuerpos.


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