sábado, 30 de marzo de 2013

Cristianismo: fe y obras

Creo que ahora, casi cuarenta y ocho años después de venir a este mundo (hablamos, siempre, como si seguro hubiera otro...), he entendido qué significa amar al prójimo como a uno mismo: en esta expresión circula un haz de luz que nos devuelve a nosotros mismos en el otro, que nos ofrece al otro como si fuéramos nosotros mismos él, como si la humanidad que todos ostentamos solo pudiera cumplirse plenamente en este hecho de entrega mutua, de confianza, de anulación de lo que nos separa para elevarnos a la altura de lo que nos une, siempre y absolutamente, por encima del tiempo y el espacio, a todos los seres humanos.

En realidad, poco o nada importa lo que susurremos en nuestro interior sobre qué es el mundo, que prefiramos la entidad material estricta o una esencia incomprensiblemente sobrenatural que lo atraviesa y legitima, que lo produce como ese extraño baile sobre la cuerda floja que es el milagro del Ser danzante y palabrero sobre el océano mudo de la Nada. Nuestra secreta sospecha, o nuestro ambicioso saber, siempre serán tan apenas un espejo de las cosas, en el que miraremos el enigma de lo que está en nosotros mismos como fundamento último, o lo que habita en el reverso fugitivo de las cosas. Preguntar y responder es una de las dimensiones de la humanidad, pero nunca una respuesta agotará la pregunta, sino que la multiplicará, indefinidamente, transformada y provocativa, en todas las direcciones.

Entonces, si el saber nunca satisfará totalmente, qué hacer, qué ir pensando de nuestro existir entre otros seres humanos, cómo refrendar con los actos la insuficiencia ambiciosa de una fe de cabeza que nunca puede evitar andar por los caminos del corazón. Y aquí es donde el cristianismo lanza su apuesta, no tanto de carácter metafísico y dogmático, pues en esa apetencia es donde históricamente se extravía, y hasta se aniquila, moralmente, sino en el terreno de las obras, en el espacio abrupto del aquí y ahora, del compromiso con los instintos que nos mueven desde debajo de la razón, en la entraña misma del deseo y la necesidad de ser hacia los demás.

Y esa es la  clave. La luz pequeña, humana, en la oscuridad de la noche sin posada, en el deambular tenebroso de la existencia. En la cuna, o en la cruz, el rostro de Jesús nos reintegra, sin más exigencia que devolver la mirada, en cada gesto humano, el ademán profundo del amor, el vaivén generoso del oleaje de la esperanza, la luz mortecina, y sin embargo viva, de la fe. No es el árbol, pues, de la ciencia, sino la necesidad de avanzar en el camino del bien, lo que nos retorna nuestra verdadera imagen: la semejanza misteriosa y provocativa con la palabra, la que nos alcanza, siempre, desde el sermón de la montaña.

2 comentarios:

  1. Benjamín, me gusta mucho esta reflexión. Yo creo que Jesús dijo que el paraíso es de los niños y los sencillos no porque él rechazase la sabiduría y el conocimiento, sino porque el camino no es tanto el conocimiento como el bien, el obrar por amor. El cristianismo no es una gnosis, una salvación a través del conocimiento, sino un camino a Dios a través del amor. Ab imo pectore, tuus Iesus, non Christus, sed Cotta

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  2. Lo que nos liga, es la Unidad del Ser. El amor al prójimo lo considero no un aspecto moral, sino una realización espiritual.
    No soy cristiano (o puede ser que sí) pero no tengo ningún interés en la destrucción del mismo y sobre todo de esa nave que va zozobrando de la Iglesia Católica. El dogma ligado a la Metafísica no creo que haya sido su mal. Si entendemos por Metafísica lo que va mas allá de la física (incluido los aspectos sutiles de la constitución del ser humano) esta no es si no lo que en rigor podemos llamar espiritualidad. Mas allá de las categorías ¿Cómo podría inmiscuirse en cuestiones contingentes? Ciertamente que la primera manifestación de esa plenitud vacía que no es la nada –por decirlo de alguna manera-es el Amor, como afirmación del Ser en su Unidad, realizando que todas las cosas están en Dios (el Ser)y no este en las cosas (panteísmo) como dice la escolástica, creo. Y dogma por ejemplo es, afirmar la divinidad de Jesucristo, de donde no establezco ningún inconveniente. Por lo demás ,el Amor se hace Conocimiento y el Conocimiento (como realización del Ser) es Amor.
    En este mundo que empieza a configurar “la abominación de la desolación” el retorno a una espiritualidad pura (con todo lo que implica) es la única luz de esperanza que le queda al hombre. Es cierto, como dice Jesús en el comentario, que el cristianismo no es una gnosis ,pero me gustaría matizar, que en las doctrinas extremo-orientales, el Conocimiento tiene exactamente unas connotaciones metafísicas y por no salirnos del ámbito,recordar a ese maravilloso puente entre estas tradiciones y el cristianismo que representó el monje trapense Thomas Merton, uno de los mejores ejemplos de maestro espiritual occidental. Eres muy valiente al proclamar tu amor por Jesús en estos tiempos que corren. Gracias.
    ST
    PD- Como internet es tan vasto ,no se si conoces/is esta maravillosa interpretación a cargo de Elliot Gardiner. ;
    http://www.youtube.com/watch?v=RsyCOpLAA3I

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