Qué otra sal, sino la que llena la espera de agonía, habría de dejar el cadáver borbónico reseco, estatua que contempla eternamente viejas sodomas y gomorras de banqueros y falsos jerarcas sepultados. España sin Europas que dibujan fríamente mapas de suicidas, cuajados en sangre de griegos y chipriotas, de irlandeses y lusos. Una España de mujeres que barren las mareas de billetes falsos, país de Marianitas Pinedas, de votos entusiásticamente femeninos.
La República que nace, de nuevo, que revienta todos los pulmones de la desesperanza. Que hermana y une, que sueña caracoles de fuego por la espalda curiosa de las nubes. España, otra vez caballo verde para la poesía, sangre para este mar hecho de alcobas, medida exacta de la Tierra Vieja.
República de Abril. Alborada de un cielo redimido. Esperanza, fe, caridad. Hermana loba. Franciscana. Vieja Europa que sonríes, de nuevo en nuestros labios: carmesíes, dorados, lilas. Atenea, hecha de luz y de olivo. Pan y vino. Viva.
Viva la República.
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