miércoles, 27 de marzo de 2013

¿Tiene sentido el patriotismo de la Tercera República?

Qué otra cosa habría de ser esa España nueva que la plaza de primavera donde volaban los sombreros, el jardín sonoro de los desahuciados de hoy, la ruidosa herida de los lápices infantiles sobre papeles mudos, las guitarras doblando por los reyes falsos, aflamencadas, gozosas; Lorca, en las plazas, como un Sófocles de sangre y de barraca renovada; la luz del agua iluminando el hambre de los campos, la sed de viento húmedo y festivo.

Qué otra sal, sino la que llena la espera de agonía, habría de dejar el cadáver borbónico reseco, estatua que contempla eternamente viejas sodomas y gomorras de banqueros y falsos jerarcas sepultados. España sin Europas que dibujan fríamente mapas de suicidas, cuajados en sangre de griegos y chipriotas, de irlandeses y lusos. Una España de mujeres que barren las mareas de billetes falsos, país de Marianitas Pinedas, de votos entusiásticamente femeninos.

La República que nace, de nuevo, que revienta todos los pulmones de la desesperanza. Que hermana y une, que sueña caracoles de fuego por la espalda curiosa de las nubes. España, otra vez caballo verde para la poesía, sangre para este mar hecho de alcobas, medida exacta de la Tierra Vieja.

República de Abril. Alborada de un cielo redimido. Esperanza, fe, caridad. Hermana loba. Franciscana. Vieja Europa que sonríes, de nuevo en nuestros labios: carmesíes, dorados, lilas. Atenea, hecha de luz y de olivo. Pan y vino. Viva.

Viva la República.

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