Por qué camino trepa la agonía
tibiamente empapada de tu boca,
por qué siluetas negras y gozosas
se me enreda en la voz deshabitada.
Por qué rastros indómitos desciende
y me busca un gemido
serenamente húmedo y amante,
por qué surcos y venas
me siembra de salivas demoradas.
Apetencia me pones de mirarte,
mientras lames y enciendes
carne de pétalo y marea,
y me ahogan
oleajes de sombra
y de deseo;
y regreso
a la impaciencia dulce nuevamente,
al espacio insondable que rebosas,
al extenso placer,
y me miras,
y se exalta por fin
la noche densamente amanecida.
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