Mi corazón vive en tu voz.
Ese es su espacio:
la calma, a veces, con la que contabas
los días, recostados en silencios,
y otras veces, en cambio,
la fulminante luz con que sonríes,
cuando muestras,
seguro que aún lo haces,
el tobogán voraz de tu alegría.
Vive en tu voz,
aunque no pueda oírte
hace ya tiempo;
tanto, que siento algunas veces
el fuego de una eternidad adolescente,
el vacío de sombras adheridas
a tu palabra,
ahora apagada
como una hoguera tristemente muerta.
En tu voz vive
mi corazón,
pues la recuerdo, siempre:
una puerta que se abre, libre,
un pedazo de cielo recortado
entre tus labios, dulces y precisos.
La primavera exacta de tus besos
parecía asomarse
cuando me hablabas,
y prometías, siempre,
amarme hasta la noche
imposible y callada de perderte.
Este cielo exiliado en el que lucen,
como aves estáticas,
los recuerdos, oscuros, de tu voz.
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