Tú pones siempre,
y qué destreza,
la boca de tu ausencia densa
como una sombra avariciosa
sobre la vid deshabitada de los besos.
Oscura suavidad resbala
lentamente y despoja
mis ojos de la luz,
y me reduces, vida mía,
la soledad de abril a espuma blanca,
a voces embriagadas, temblorosas,
huérfanas como estrellas derrotadas.
Vienen después hasta mi boca,
como ángeles dormidos,
tus labios ágiles y exhaustos.
Con besos exiliados
fortificas mis párpados
de mar ambiguo y muerte dulce,
inexpugnablemente.
Y es la copa vacía lo que duele
como una espada tibia
en la herida de amarte eternamente.
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