Para justificar la pretendida inferioridad de los profesores de bachillerato respecto de los maestrosde primaria, se da por supuesta la superioridad de los métodos empleados en las escuelas y se aduce la mayor actualidad de tales recursos. Según tal argumentación, un profesor estándar de bachillerato está menos equipado que un maestro para producir aprendizaje en adolescentes actuales. Implícitamente se nos obliga a aceptar asertos que están lejos de ser evidentes: que la llamada pedagogía asegura la eficacia y actualidad, que la mente humana actual aprende de manera distinta a las mentes antiguas, que la innovación constante en prácticas docentes es preferible a la experiencia como fuente de recursos, ya que cada generación de adolescentes son distintos a sus antecesores en las aulas. Curiosamente, sin embargo, este saber más moderno y actual no se genera en la experiencia directa, sino en las lucubraciones de técnicos universitarios cuyas ideas, confrontadas ya durante más de una decada con la realidad, han producido los resultados decepcionantes que todos conocemos. No las han movido ni un milímetro, sino que siguen aferrados a su modelo de constructivismo, que es un apriori indemostrable y además infértil y destructivo.
Podemos negar la evidencia. Podemos decir que la caída de nivel responde a un prejuicio antiguo, a que no sabemos percibir los valores nuevos de unos saberes desestructurados y dispersos, producto del mundo audiovisual y de la interacción social desjerarquizada. En la sociedad que nace a nuestro alrededor, se diluyen definitivamente los centros fijos de referencia, tradiciones cerradas o códigos culturales. Ocupamos una especie de tierra de nadie, en la que el individuo construye continuamente su identidad por transferencias horizontales entre elementos equivalentes, sin escalas preconcebidas ni sistemas axiomáticos. La imagen de la moda cambiante y abierta a los flujos de culturas exóticas o a la originalidad extrema de los llamados creadores, nos ayuda a extrapolar este estado de cosas para situar al individuo en un plano de continua apertura a los estímulos externos. De poco le sirven las pautas de respuestas aprendidas de sus mayores, pues su estar en el mundo no es un ser dentro de un conglomerado heredado de referencias, sino una errabunda juventud artificialmente prolongada, que es la imagen dominante de la felicidad o logro individual. Los jóvenes no pretenden seguir modelos fijos: pintor, investigador, electricista... Se sienten identificados no en el trabajo, que es repetitivo y coagulante, sino en el ocio y el intercambio anárquico de sentimientos, en el flujo de un diálogo continuo entre iguales, no precisado de la presencia del otro, sino permanentemente a mano gracias a los chats o los teléfonos móviles. De ese modo llega incluso a borrarse el contorno del yo, pues los contactos, no visibles y usuarios de un lenguaje telegráfico y taquigráfico jergal, no solo son entes despersonalizados e intercambiables, sino que acaban por diluir el yo de quien se nivela así y se sitúa como alguien "disponible". Hay un horror personae, un pánico a cerrarse como individuo dotado de convicciones y de una autoimagen más o menos reconocible por sus mayores. Ese no saber qué se quiere ser es evidentemente una aceptación de la imagen que la sociedad actual espera de los jóvenes, obligados a vagabundear por largo tiempo sin hallar vivienda propia ni trabajo fijo. El yo entonces se refugia en el ocio, en el no hacer. Y la ecuación de escuela=trabajo es demasiado evidente para evitarla. Despreocuparse de las enseñanzas de los adultos, dependientes de un sistema de pensamiento jerarquizado, progresivo y estructurado, supone una aceptación instintiva del papel que se les reserva. Y no hacer deberes, una pretendida rebeldía que en realidad refuerza la sensación de falsa libertad que un joven pre-pensante puede autodevolverse.
¿Qué propone la pedagogía constructivista? Hallar la nuez del individuo e ir construyendo capas sobre ese pretendido centro. Metodológicamente, estimular su percepción audiovisual con contenidos inanes para acabar confundiendo la distracción con la aprehensión conceptual. Es decir, es un modelo sensorial y sentimental, motivador a través del fondo irracional, de la incapacidad de escapar a los estímulos sensoriales más primarios que los homines non cogitantes de hoy en día padecen. No hay apelación al pensamiento. Todo lo que suponga un esfuerzo de introspección queda orillado, arrumbado. Matemáticas, filosofía, gramática... la abstracción es condenada a las tinieblas exteriores, postergada, lanzada a la universidad como máximo. Y es un error de proporciones terribles, pues del mismo modo que el lenguaje ha de aprenderse antes de una determinada edad para poder después desarrollarse con normalidad, el pensamiento abstracto que no es estimulado en la adolescencia luego resulta imposible de adquirir con plenitud en la madurez. Y no otra era la función del bachillerato. Proporcionar en la edad pertinente el orden y practicidad de los saberes (especialismo, cientifismo), la imagen de los valores y explicaciones del mundo tradicionales (religión, ética, filosofía), la aculturación consciente (historia, humanidades) y no inercial. Si aceptamos el constructivismo, si creemos en la incapacidad de los adolescentes de hoy día para recibir las enseñanzas que nos han sido confiadas y las substituimos por estímulos desordenados y superficiales, probablemente estaremos propiciando una ruptura cultural de dimensiones difíciles de prever. Antes o después habrá una reacción. No podemos estar seguros si en términos de un "renacimiento", de vuelta a las claves clásicas del llamado Occidente (y no me refiero a la Antigüedad necesariamente, es posible que Grecia y Roma hayan agotado su capacidad de devolver a Occidente una autoimagen proyectable como desideratum). Es posible que la imagen pendular de las oscilaciones históricas no se pueda mantener para explicar la evolución de sociedades multiculturales, con tempos y evoluciones muy diversos en su seno, solo unificado como mercado y espacio económico.
Está claro, pues. No es solo una lucha profesional entre maestros y profesores. Es un combate entre los que creen en Occidente como un patrimonio transmisible y respetable para las generaciones actuales y los que piensan que inevitablemente se disolverá en una sociedad de individuos de perfil impredecible, con lealtades ideológicas múltiples, identidades sexuales o raciales adquiridas en el espejismo de la libertad... No sabría muy bien hallar un equilibrio entre ambas cosas. Amo la tradición occidental en tanto que emancipadora, pero el modelo "progre" de libertad me parece poco liberador; al contario, es mucho más esclavizador, somete a un amplio muestrario, eso sí, de identidades difusas, no construidas por el yo, sino por el flujo de las modas y los poderes económicos más o menos ciegos o despersonalizados e incontrolables democráticamente. A ver si al final la llamada derecha va a ser la heredera histórica de la emancipación del individuo... Qué ironía.
Como dice un amigo mío, es difícil encontrar un método que no sea bueno. El método no es lo importante, sino la necesidad y el deseo de aprender en libertad. Un abrazo.
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