domingo, 15 de noviembre de 2009

Las semanas del jardín


Ayer pensaba en escribir una especie de tragedia moderna. Debe de ser la influencia de Antígona , que va buscando hilos antiguos por el laberinto, convertida en una Ariadna paciente y laboriosa.

En el escenario, Borges. Un Borges casi póstumo, que entra en su casa la última noche de conciencia firme, la última cena antes de la agonía hospitalaria. Solo, cansado, puede que sonriente. Su bastón rechaza la muda invitación del paragüero, negro y hosco. Y dirige sus pasos hacia el centro. Allí, una mesa. Dos sillas se disputan, recelosas, una frente a otra, la preferencia postrera del maestro.

Entonces, suena el teléfono. Varios timbrazos, que no interrumpen el camino hasta sentarse, sin hacer ruido alguno. De nuevo, silencio. Y entonces... Entonces es cuando realmente tengo que hallar otra escena, para enlazar con esta y llenarlas finalmente de palabras. Ahora, solo hay silencio. ¿Existirá algo más?

Un jardín de paréntesis, de semana en semana, me desvía la memoria y el deseo, demasiado vagabundos. Excesivamente erráticos entre promesas incumplidas. Y mi boca no prueba otra bebida: un pesar indeciso y acerbo, tiempo y tiempo.

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