sábado, 31 de octubre de 2009

La inmigración

Los movimientos de población han existido siempre. Cada vez que un grupo humano sufre la carencia de medios, la presión de la guerra, o la persecución por razones políticas, una de las salidas es precisamente la emigración. Es verdad que en la actualidad es un fenómeno rápido y masivo, que cada vez llegan en mayor número personas procedentes de países muy lejanos para refundar su vida entre nosotros, pero eso no debe hundirnos en la vileza de la xenofobia y el racismo.

Hace tiempo que todos los países han apoyado expresamente la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y han creado instituciones internacionales que velan por la salvaguarda de esos principios. Si el derecho primero y fundamental es el derecho a la vida, no podemos rechazar a quienes, sobre todo, buscan un lugar y unos medios suficientes para desarrollar con los suyos ese derecho inalienable a la vida que todos los países del mundo reconocemos de manera unánime.

No hay país que no haya sufrido épocas de escasez, de hambre y de guerra. Del mismo modo que hoy en día son los pueblos del norte de África o los de Sudamérica algunos de los que ven marchar muchos conciudadanos en busca de un futuro mejor, en otro tiempo fueron los españoles de todas las regiones los que se vieron forzados a emigrar, muchos a Sudamérica precisamente. Allí organizaron su vida y fueron acogidos y tratados como iguales. Y quizá en un futuro vuelva a cambiar la suerte. Lo justo es responder con la misma acogida que recibieron nuestros compatriotas y que desearemos que reciban, en caso necesario, nuestros descendientes.

Sabemos que no es justo que la raza, el sexo, la religión o las ideas sean un obstáculo para ser iguales todos en oportunidades. No es levantando aún más barreras y muros como construiremos el futuro, sino permitiendo que todos participemos en el aprovechamiento de los recursos limitados y en su conservación para las generaciones futuras. Los que vengan detrás quizá no alcanzarán a comprender cómo es que hemos puesto en peligro la Naturaleza hasta ahora. Pero tenemos la oportunidad de que se sientan orgullosos del modo fraterno y humano como hemos decidido compartir desde ahora el deber de legarles un futuro habitable y justo para todos.

Hoy una persona de raza negra ha alcanzado el puesto de mayor poder y responsabilidad de la Tierra. Todo es, pues, posible: solo el esfuerzo y el valor tienen que ser exigibles. No el hecho de haber nacido en un lugar, hombre o mujer, con un color de piel u otro. De tener unas ideas u otras. El mundo tiene que estar siempre abierto a la libertad. Y todos tenemos derecho a participar democráticamente en la construcción de un futuro común. Y hemos de conseguirlo, sí, no solo por nosotros mismos, sino también en beneficio de las generaciones que compartirán así un espacio de dignidad, de libertad y de fraternidad renovadas en este viejo y hermoso planeta.

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