De cuando en cuando, el diario El País publica artículos juiciosos sobre educación. Cuando abandona el tono izquierdoso convencional, y sobre todo cuando da la palabra a personas sensatas, aparecen en sus páginas muestras de una gran valía, que desafortunadamente apenas emergen entre tantas columnas y reportajes confiados a las manos de expertos.
Hoy, Rafael Argullol habla del abandono de los mejores profesores. Su huida ante el triunfo de los tramposos, de los burócratas, y ante la marea de la huera modernización, toda ella powerpoints y multimedias. Y pone el dedo en la llaga cuando al concluir proclama que no se trata solo del fracaso de los estudiantes universitarios y su atrevida y soberbiosa ignorancia. Sino que ello es síntoma de toda una sociedad, que ha abandonado el camino del saber por la satisfacción momentánea, avulgarada y superficial, de los deseos más inmediatos.
No creemos que el saber desaparezca. Simplemente, la forma de adquirirlo, de mejorarlo, de transmitirlo dejará de producirse predominantemente en las aulas universitarias, donde solo sobrevive trivializado y, eso sí, digitalizado, o, por el contrario, casi de manera clandestina. Con la destrucción de las clases magistrales, se mata a los maestros y se recrea la superstición, muy medieval, de que el saber es una cosa, algo material que, sin embargo, pulula y vagabundea por la red, donde puede ser capturado por cualquiera. Está ahí arriba, de donde hay que saber bajarlo y precocinarlo en expresiones audiovisuales. No es una superstición inocente. Es una añagaza de los mediocres, charcuteros de superficialidades, pedagogos de baratillo, de los que a pantallazos y esquemitas pretenden derribar los altares y el prestigio de los profesores auténticos, condenados a un patético eremitismo de publicaciones sin lectores, a un balneario terminal de jubilaciones anticipadas.
Un cambio de paradigma. Muchas veces, en la transmisión del saber, ha habido momentos decisivos, críticos, en los que una gran masa de la tradición se perdía. Y sobre todo, se perdía, no tanto el saber como cosa, sino la posición del sabio, su capacidad de interpretarlo, de mantenerlo vivo en la conciencia de su tiempo. Costosas han sido las resurrecciones, los renacimientos, las ilustraciones. Y ahora, entre tanto fuego de artificio y tanta Bolonia y tanto remedo, mucho se perderá. Mucho clérigo cerbatana del credo vacuo llenará su vientre y faltriquera. Y quién sabe cuántas generaciones serán precisas para restaurar una manera de saber, una figura humana que ahonda, bucea, destila y transmite un saber construido, humano, vivido. Auténtico. Magistral.
Espero que no se trate de un cambio de paradigma y que, al final, la red se quede en lo que es: un mero instrumento de aprendizaje, y no el mejor. Un abrazo.
ResponderEliminarMi padre dice que un profesor debe ser un agente transformador , comprometido con el conocimiento , los alumnos , enseñando a adquirir autonomía , interpretación crítica ,visión de la sociedad ,del mundo y del ser humano que vive inserto en una sociedad .Y nos enseño que no hay mejor herramienta que la fuente : los libros , papel y lápiz .
ResponderEliminarGracias por esta reflexión .
Buena semana .
Rosna
Bueno, Jesús. Algo tendrá la red cuando es a ella a quien debemos el conocernos. Y eso es mucho entre los helenistas, tan aislados y náufragos tantas veces en los lugares de trabajo. Nuestras odiseas pequeñas se hacen más llevaderas acompañándonos en este mundillo virtual.
ResponderEliminarRosna, es una gran reflexión. Los ordenadores, la Red, son un gran instrumento. Pero pueden propiciar el espejismo de una falsa nivelación en los contenidos y en las voces --visibles o disimuladas-- que los transmiten. Ahí es donde un profesor, un maestro resulta un guía imprescindible.