No parece justo ni acertado detener el debate en la decisión de la mujer sobre el feto. Ni tampoco parece que arrojar sobre quienes defienden el valor de lo engendrado todo el peso de siglos de oscurantismo y misoginia resuelva el problema moral de fondo. Porque hay problema moral, que las leyes no pueden zanjar. Problema individual, pero también social.
El aborto no debe constreñirse en la esfera de los derechos ni de la emancipación de las mujeres. Tiene que ver, también, con la manera como nuestra sociedad engendra, cría, educa, produce o veta su proyección en nuevos seres humanos. El postulado de que solo los adultos responsables engendran se alimenta también de truncar nacimientos difícilmente socializables. Situar el aborto en la libertad individual bloquea o aísla posibles evoluciones a núcleos familiares intergeneracionales, mientras las uniones de pareja no tradicionales se benefician del espaldarazo de una nivelación legal plena y de las adopciones como vía de simbólica equiparación.
Es la misma sociedad que relega a sus mayores, cada vez más numerosos, en centros masivos y segregados. Que progresivamente entrega porciones mayores de la educación a instituciones colectivas, extrayéndola del ámbito privado, pues el trabajo invade la edad procreadora de ambos cónyuges, que acaban constituyendo familias dormitorio.
No podemos aislar el aborto de todo el imaginario de vida que nuestra sociedad elabora. El valor de cada pieza influye en los restantes elementos del tablero. Y, en el plano individual, la retórica de los derechos no elimina la desazón y el trauma que toda mujer que aborta sufre.
Encarcelar mujeres no soluciona nada. Identificar la ayuda a las embarazadas con posiciones ideológicas oscurantistas tampoco mejora la realidad. Hemos de tomar de cada movimiento lo positivo, la capacidad que tiene de poner en valor sus propios principios. No nos interesan los católicos que vociferan o que pontifican en encíclicas, sino los que organizan la ayuda a embarazadas en abandono, los que asisten desinteresadamente a las mujeres marginadas. No debemos aceptar los maximalismos dogmáticos de feministas que deshumanizan y tienden al amazonismo violento, sino apreciar las acciones de acogida a las víctimas del abandono y la irresponsabilidad, cuando no del maltrato.
La sociedad ha de ser el resultado del encuentro de cuantos quieren trabajar a favor de la vida y el bienestar de todos, en el marco de leyes no elaboradas por unos contra otros, sino como condición de posibilidad para la libertad y la convivencia. Cada feto abortado es un dolor personal y un fracaso colectivo. No podemos convertirlo en símbolo de liberación, ni en trofeo ideológico.
Es evidente que el debate continuará. Afecta a lo más hondo del ser humano: vida, nacimiento, muerte, bien, mal... El ser humano siente el vértigo de mirarse en el espejo de su origen. Y la imagen que este espejo le debe devolver no es la de un frío eliminador, sino la de un cuidadoso arquitecto de humanidad abierta.
Leía su reflexión en otra Bitácora , sobre este tema , no me gusta decir tema , es algo real y vigente del día a día y tan antiguo como la humanidad , opino que no puede mirarse desde el estrecho marco de una determinada concepción de la vida o moral ,creo que se debería ayudar a la mujer embarazada a decidir con libertad y que su dignidad este garantizada .
ResponderEliminarUn cálido saludo desde el otro lado del mundo .
Yuriko
Es de las cosas más sensatas que yo he leído, posiblemente la más sensata.
ResponderEliminarTomo nota y a ver si aprendo.
De nuevo (como en las poesías recitadas) muchas gracias.
Las palabras nunca caen en saco roto (bueno, a veces sí, pero hoy quizás no aunque sea solo una persona).
Gracias.
Gracias, anónimo. Y Rosna, aun con cierto retraso.
ResponderEliminarEs un artículo muy pensado, y claro que opta por no pronunciarse en los términos del debate legal presente, que solo resulta motivo de enfrentamiento y no fuente de luz ni de soluciones reales.