He leído ahora un apunte sobre Virgilio, anima naturaliter christiana, y esa expresión me ha traído un temblor, un deseo, la vibración que en el espíritu dejan algunos versos del poeta al consumirse, como si se tratara de un diapasón que invade tenuemente el silencio hasta apagarse, lentamente, poco a poco.
Virgilio, siempre. Creo que no hay poeta comparable, ni entre los antiguos ni entre los modernos. Diría que tal vez se acerca Cavafis en algunos poemas, pero no tanto por los caminos y los modos, tampoco exclusivamente por el tono de epilio, sino, sobre todo, por la calidez apagada de su melancolía, magistralmente atenuada, por la incomparable avidez con que la vida es degustada siempre en el recuerdo, en la imagen, en la distancia. Quizá es esa la palabra clave: distancia. Y el modo como sugiere el alejandrino que los placeres, los goces, eran la materia precisa que solo años más tarde acabaría tomando su forma artística precisa, en el recuerdo y el poema, que es su sello, su fijación, su destino.
En la Eneida, sin embargo, la materia que se canta no es nunca la biografía esquiva de un funcionario gris que se entrega al amor oscuro recordado culpablemente, anhelantemente, sino la difuminada sombra de los héroes, transfundida de las palabras luminosas y vivaces de Homero a la sonoridad algo brusca y pedregosa de la lengua latina, que en las manos de Virgilio se transforma, para sorpresa nuestra, en piedra que fluye, majestad humilde, sólida agua de rumor preciso. No hay héroes en la Eneida, no hay personajes de espesor y volumen, solo espacios, lugares del dolor y del amor, dianas de la muerte y la pérdida: sombras cuyas lágrimas y cuyas voces fluyen en el hexámetro más delicado y personal. Es el dolor espiritualmente destilado el único protagonista auténtico, entre tanto remedo extraído de la leyenda y el mito e insertado sin demasiada convicción. En el lienzo se percibe, sobre todas las cosas, el rostro doliente de esta alma, "cristiana por naturaleza", que es el alma, el verso de Virgilio.
El alma, el verso de Virgilio. Qué final, amigo Benjamín. Cavafis, Virgilio, casi nada. Una preciosa reflexión sobre la auténtica esencia de la poesía. Un abrazo.
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