Me basta a veces el silencio
para saber que no queda esperanza,
o deseo. Solo un espacio,
una llanura exhausta que se hunde
en la voracidad del horizonte.
Es extensa y en ella
el sol derrama una constante
lluvia de luz. No, no es deseo
lo que me trae de nuevo hasta ese cuerpo
tendido junto a mí, todo ya espera
que ansía recibir de mí el preciso
empuje y ritmo de un amor que expira
como un cofre de sombras, ya vacío.
Es hambre pura de los labios,
o mejor dicho, de los besos, esa espada
de húmeda muerte enfurecida.
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