domingo, 19 de octubre de 2008

LOGSE: el suicidio intelectual de España

"Buena parte de los universitarios no superaría hoy el listón gramatical (dos faltas de ortografía o tres de puntuación acarreaban el suspenso) que se aplicaba décadas atrás a los alumnos de nueve años en el examen de ingreso al bachillerato."

Sonrisa amarga: El País parece por fin empezar a darse cuenta de los estragos que Álvaro Marchesi, César Coll, y demás serial killers, ministros sucesivos, consejeros autonómicos y pedabobos innúmeros, artífices y paniaguados de la LOGSE y la LOE, han causado en España. Estas leyes buenistas, auténticas armas de destrucción masiva, empiezan a no poder ser defendidas salvo por algunos loros doctrinarios. Y no es una sorpresa que los cacareadores de mantras procedan del hecho diferencial y se apresuren a camuflar desesperadamente la realidad, como esos profesores de periodismo de la universidad Pompeu Fabra, capaces de afirmar sin pestañear que sus alumnos dominan aún más el castellano que el catalán. Una pequeña ojeada a los periódicos virtuales de Cataluña bastará para convencernos de la capacidad que la técnica nacionalista de la salmodia tiene para negar lo evidente: los plumillas de nuevo cuño no son precisamente académicos de ninguna de las lenguas hermanas, que maltratan por igual con desvergonzada desenvoltura.

Pero en España es más fácil excavar fosas y alancear muertos, eso sí, ya despojados de su guardia mora, que habérselas con los gurúes que han convertido en zombies analfabetos a generaciones enteras. Es más sencillo seguir barriendo los desperdicios debajo de la europea alfombra del proceso de Bolonia que decidirse a desratizar los despachos de los ministerios, asesorías, consejerías, facultades de psicología y pedagogía, institutos. Mucho más sencillo. Si los universitarios no saben leer ni escribir, si apenas pueden expresarse inteligiblemente en su propia lengua, es evidente que la culpa es de las clases magistrales, los anticuados profesores y sus métodos antediluvianos. Ya tenemos a los arbitristas pedabobos salivando como hienas que olfatean nuevas presas, con sus toallitas nenuco y sus tutorías, sus créditos docentes y su jerigonza de estrategias, mecanismos y herramientas.

Envalentonados tras la conquista de los institutos y su casi total conversión en frenopáticos, dirigen ahora la Operación Barbarroja al frente oriental de la Universidad, ya socavado por la creación de una clientela invasora fatalmente dispuesta a ingerir casquería titulizada y envasada en corcho blanco. Y claro está que no es la universidad española un país capaz de resistir esta noche de los cristales rotos y los muertos vivientes. A los que se opongan, mediocres penenes a la captura de aguadas cátedras, y modernitos y bobalicones compañeros de viaje no dudarán en imponerles el brazalete con la estrella de David o el rótulo y sambenito maoísta. Y volverán las técnicas ya probadas en los institutos: jubilaciones anticipadas, ambiciones mediocres y obsecuentes convenientemente premiadas con estipendios y sinecuras, y hasta con despachos y direcciones generales... Una paciente labor que transformará la endogámica y renqueante universidad española en el templo del culto definitivamente huero a la imbecilidad y la burrocracia. Y que ya ha comenzado.

En definitiva, si las facultades y departamentos miraban para otro lado mientras la administración sacrificaba implacablemente el auténtico bachillerato en los altares de un zafio y falaz igualitarismo, ¿acaso es verosímil pensar que vayan a rebelarse, ante el palo de los cierres de titulaciones y la zanahoria de celestiales emeritajes? No, es evidente que no. Ya son unas cuantas las punteras facultades donde los alumnos son mimados como clientes, donde el pensamiento parrilla de ítems pedagógicos e inacabables recetarios renovadores lanza anatemas y socarra a los fascistas profesores conscientes y sus heréticos exámenes y actas. Es el Sendero Luminoso de Marchesi y Coll, de Maravall y tanto ministrín.

Que los novicios bachilleres de nueve años escribieran mejor, y tuvieran más educación, que nuestros talludos universitarios es sin duda parte de la memoria histórica que deberíamos recuperar y tener presente todos los días. Más que nada, para tratar de revertir el proceso de suicidio intelectual de España, en vez de profundizarlo y extenderlo, satisfaciendo aún más una voracidad insaciable, criminal y aniquiladora.

Puede costar sangre, sudor y lágrimas. Pero no vencerán, no definitivamente. Aun entre los escombros, siempre habrá una voz que grite: la inteligencia no se rinde.

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