Cuando tu voz me llama
desde los altos balcones del recuerdo,
cuando se viste a oscuras
mi boca de tu ausente beso y de tu boca,
qué vacío el reloj de su descuido,
de su camino, lento y sumergido.
Qué salto entre las olas, pues te siento
acercarte a las puertas de mis ojos,
y dibujas
la luz en tu sonrisa, y
qué envidiosa la muerte, y demorada
su agonía de sombra rencorosa.
Luego anochece
la efigie de tu voz, y se desnuda
en niebla el roce de tus labios
y se funde
la huella de tu pie, bailable y mudo,
y por el viento trepa, vuela, escapa
el eco, y el olvido, de tus pasos.
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