Te invocaré en la sombra y en la noche
con la perfidia oscura de los rezos
crecidos en la niebla del hastío.
Será tu nombre llama y será angustia,
ardor de mil estambres fecundantes,
de pétalos mojados, fuego y seda.
Vendrá el amargo son traidor del viento
enajenadamente vivo y ambicioso
para buscar tu piel y recorrerla
con sus briosas manos quejumbrosas.
Oh dilatada y seca efigie de tu carne
deidad entre columnas derrotadas
fría oración de letras desuncidas,
icono mutilado, aunque sonriente,
de antigua mansedumbre misteriosa.
Dónde tu ocaso, dónde tu descanso
bajo la tierra derramada y leve,
en la sedienta y dulce sepultura
de mil escudos de oro coronada.
Me has vertido la voz en vaso ausente,
has vaciado la luz de la guirnalda,
y mis labios, ya huérfanos de boca,
buscan en las palabras la posada,
el temblor del silencio despoblado.
Y te invocan a ti, azahar de primaveras,
a ti, sin fe, sin esperanza larga,
con el fervor salvaje de plegarias
negras y sediciosas contra el cielo.
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