Confesemos: hemos mordido el anzuelo. Justo lo que esperaba provocar Rodríguez Zapatero con sus nombramientos imparitarios era el aluvión de críticas que acaban confundidas en el lodo de la misoginia más primaria y vergonzante. Así nos hemos visto compartiendo trinchera con personajes zarzueleros como Antonio Burgos, en las columnas de los medios más conservadores, bufones electos, como Berlusconi, y en fin, toda una serie de peligrosas compañías que no hacen sino ahondar los efectos destructivos, intelectual y socialmente, de la propaganda y la práctica de lo políticamente correcto.
Porque, lejos de verse desautorizadas, las recién nombradas ministras han conseguido un blindaje solidario que va a hacer muy difícil que su gestión sea criticada por los medios afines de la izquierda, y por todos aquellos otros, tan numerosos o más, que se preocupan antes de la cuota de mercado y los vientos del poder que de los principios democráticos más elementales.
Y además, seguir chapoteando en la ciénaga ayudará a hacer más opaca la cortina de humo que cubre la gestión bajo la condición de género, como gustan de decir. Con esa Gran Inquisidora de la Igualdad, que en cualquier momento puede lanzar su ira hambrienta de competencias en una especie de censura penal contra cualquiera que se atreva a descreer blasfemando de la ortodoxia.
Así que mea culpa. ¿Hay ministras en el gabinete? Pues no me había dado cuenta. ¿Que son muchas y no muy formadas? Habrá que esperar a ver qué hacen. Dejemos la política. Mejor dicho, la pseudopolítica zapateril. Y vayamos a lo importante: pensar y sentir, decir. Expresar.
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