jueves, 30 de enero de 2014

Ofelia: mientras besa (¿imaginariamente?) los labios de Hamlet muerto

Tu boca, empapada del agua del silencio, desde los labios mudos de la muerte, me habla todavía: habrá ríos secos en mi boca, mi amor, ríos de besos oscuros, de silencios lacios, de memorias dudosas, de intenciones de seda, de ambiciones dulces. Dónde quedará sin embargo tu mirada, cómo recogerá la luz cansada del crepúsculo, con qué canción rebuscará la sombra de mis labios, la morada callada de los besos. La danza de las lenguas, el vacío voraz de tu silencio, el desposorio fugaz y bendito de probarte, pan de mi ausencia, negra sala de nombres olvidados, de retratos cansados y cobrizos. El lecho de los labios, cómo descansa aún en ellos la memoria, con qué sencillez apetece robarte la marea, las olas de abejas y de nupcias, la reposada quietud de sueños tibios. Y sé que ahora te absorbe esa sed de hierro de la muerte, te detiene la niebla, te confunde y exalta, te desnuda de boca y de deseo. Por qué entonces mis brazos te evocan en tu ausencia demorada, en la espera frágil, la cucaña por la que trepo de tu torso, la calidez carnosa de los labios, el exaltado vigor recordado de repente de tu miembro dulce, su pasión húmeda y silenciosa, la manera del deleite en mi boca, que lo abraza, lo absorbe, lo preserva, si tan apenas ya eres sequedad, mirada huida, labio deshabitado, muerte de soledad yerma y espesa. La tierra, ambiciosa de tu piel; codicioso de tus ojos, el gusano; por anidar en tu vientre cunde la tibia bandada de insectos oscuros, se dibuja el calor fermentado de tu cuerpo, devorado de la tierra negra, el nácar de tu boca, amarillento como este surco de soledad que araña ya mis labios, príncipe de sombras y de acechos, de vigilia eterna, de ambición de venganza y sangre y frío, derrota de mi amor y mi deseo...

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