martes, 21 de enero de 2014

Anarquismo: aquí y ahora

En el debate sobre la plataforma "Podemos", Carlos Taibo reproduce las apelaciones a la pureza propias de una izquierda libertaria tan utopista como conscientemente abocada a la irrelevancia aparente. En efecto, reclama la autogestión, el decrecimiento económico, la desmercantilización, la neutralización de las jerarquías como señas de identidad para una acción política que favorece y prepara el colapso del capitalismo en un estado que, de manera quizá demasiado voluntarista, llaman los libertarios terminal.

Es interesante poner de manifiesto que el utopismo anarquista no debería nunca ser una promesa escatológica, un horizonte de salvación paradisíaca global, sino que en realidad su única consistencia deriva de hechos o espacios libres creados en el instante mismo de la complicidad humana entre seres que se tratan como iguales. No es un "llegaremos al fin", sino una actitud práctica, que ocupa el ahora y desactiva los elementos que el sistema dominante expropia incansablemente en su lenguaje político y su ritual de celebración por la bonanza o de lamento "contra" las crisis. Cada vez que un intercambio entre personas se libera de sumarse al economicismo crecentista, que una determinada función humana adviene despojada de dominio y de símbolos de una metafísica monetaria, hoy aún demasiado real, se produce un hecho vital primario y espontáneo, que no es mesurable, tabulable, presupuestable ni evaluable. No está sujeto a convertirse en avatar del dinero y su correlato de poder estatuido, sino que lo económico permanece, en tales casos, como un instrumento sumergido en los hechos sin transformarse en un epifenómeno independiente generador de dominio, alienación y explotación.

Puede discutirse si el uso de la política institucionalizada ha de ponerse en el haber, y no en el debe, de la emancipación constante y diaria. Es razonable pensar que subirse al tren de los parlamentarismos nos lleva necesariamente al destino de la alienación, por más que dentro del pasillo andemos tercamente en dirección contraria a la que lleva el convoy. Pero también es un hecho que se intentará siempre, y que ese esfuerzo merece una valoración desapasionada, pues tal vez el impacto visible del compromiso tenga una función ejemplarizante que mantiene vivo el espíritu de rebeldía y toma de conciencia. Los parlamentarios son rehenes del sistema, es cierto, pero también pueden convertirse en símbolos de su necesaria superación. Y es en esa interesante y fecunda duda y contradicción donde no puedo dejar de debatirme.

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