lunes, 25 de marzo de 2013

Dulce herida

Eres la herida, el sol oscuro de besarte. Navego por tu voz, como un sombra dulcemente sobre el llanto de un arroyo. Sé que te habré perdido al despertar, que toda la quietud de tu mirada esconde una secreta danza tenebrosa, una inconstante ausencia, sin remedio. Eres agua, cristal, reflejo, noche, tiempo de soledad y de canciones olvidadas. No alcanzo ni siquiera el consuelo de borrarte, por cuanto todo tu amor es un manto negro de tiniebla, una escondida capa de sabores agridulces. Dónde hallaré sima como tu boca, podré acaso encontrar delicia semejante a la tortura de abrazarte, a la innombrable espera, al momento de sal abrupta y destruida. Mi amor, queda ya apenas resplandor cansado, la llama inquieta y cabizbaja que bosteza su claridad adusta, su diminuto nombre, humo desgarbado y lacio. No tengo sino la prisión de desear mirar tu cuerpo, que se diluye, como una Navidad ausente, como una flor que descompone la desazón antigua de su nombre en el aroma humilde de la muerte.

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