miércoles, 6 de febrero de 2013

El Libro de la Vida: Santa Teresa en el confesionario (I)

El sentido de la autobiografía como confrontación del yo ante una conciencia externa y representante de la divinidad consiste en la pretensión de relegitimarse, de tomar seguridad en la propia consistencia intelectual a través del observador así construido. No es tanto el hecho de ser leído después, que tiene una importancia extrínseca, en un tiempo diferido, como el hecho autorreferencial de escribir observándose, desde fuera o desde otro tiempo. Es incorporar dentro de uno mismo la mirada del otro, mejor que rendir la propia autobiografía a los pies de un confesor superior.

El tiempo se reconstruye en una visión que selecciona, de todo el decurso vital, aquello que es narrable, historiable, testimoniable. La persona es tamizada de su corporeidad, dejando solo cernerse lo espiritual, el hecho de la pura autoconciencia. El resultado es una fabricación del yo como reproyección vital de la narración escatológica, milenarista. En cada individuo se repite el misterio de la redención, de la desencarnación y espiritualización, que consiste en derribar la dimensión de los sentidos, de la carnalidad, a través del sufrimiento autinfligido, y edificar, en cambio, la vida auténtica y real como una imitación de contenido teorético, contemplativo, una mirada descorporeizada del Cristo, pasando de la Cruz a la Hostia, de la Pasión al Pan infinitimante multiplicado y repartido. En ella el espíritu del místico se en-alma, no encarna, mientras que el drenaje progresivo de la sangre como símbolo de la vitalidad material se compensa con la autocontemplación del yo en su biografía hacia el destino transfigurado del éxtasis, donde se anulan los límites entre el alma y el Esposo, pues es ya el cuerpo imagen sangrante del Crucificado y el alma copresencia sentida en el Paraíso.

Toda la vida del místico queda así transportada a la categoría de re-figuración o avatar de la vida de Jesús, en la cual confluyeron todos los haces de la Historia particular de cada ser humano para reconfigurarse como Logos, como poiesis, en términos aristotélicos, como verdad general y de valor universal. En Teresa de Ávila conluyen, pues, de nuevo, como en el Redentor, todas las líneas del tiempo histórico hasta des-historizarse en el instante absoluto. Y en el libro de la Vida.

2 comentarios:

  1. Gracias por la sensibilidad y hondura del escrito. En un mundo tan confuso y caótico , estos textos son alimento y reposo entre tanto ruido. La dicotomía cartesiana entre cuerpo y espíritu, hace que habitualmente haya una confusión entre el alma y el mismo, resultando casi sinónimos.
    La renuncia a la corporeidad (de los sentidos) no puede dejar de ser una etapa transitoria . Jesús muere y realiza el reino escatológico de los cielos , pero resucita. El instante es un salto literalmente mortal en el vacío. Pero si hay casamiento del alma (elemento intermediario) con el esposo (espíritu) el hijo que nazca de esas bodas, lo hará en toda su integralidad, incluyendo los sentidos y el mundo como una expresión de esa resurrección de la carne en esa Jerusalén Nueva, que siempre es aquí y ahora. Perdón por la digresión, que no pretende ser sino un torpe matiz.
    El escrito sobre Jesús, también es magnífico , sugerente y abierto a múltiples reflexiones. Saludos.
    ST

    ResponderEliminar
  2. Gracias. Qué más puedo decir. Escucho una cantata de Bach: Jesús mío, permíteme acompañarte a Jerusalén, compartir tus sufrimientos, recibir la cruz del martirio y el inmerecido premio de tu Gloria.

    Y la voz representa a cada uno de los miembros de la congregación. Supongo que en este mundo confuso es conveniente el disfraz respetable del arte para seguir dando, delicadamente, noticia nueva y signo.

    ResponderEliminar