martes, 13 de diciembre de 2011

La libertad

El hombre libre experimenta su conciencia no sumergido blandamente en el tiempo, sino braceando atléticamente en su superficie, capaz de emerger con esfuerzo y vislumbrar un horizonte que siempre parece alejarse.

El cuerpo, nuestro soporte biológico, en efecto, se hunde casi por entero en la caricia húmeda de la necesidad, mientras que la mirada, altanera, anhelante –el bisturí del alma–, otea y busca la playa de la libertad, donde las huellas de nuestros actos puedan dibujar un rastro humano, por más que condenado a ser efímero. Un camino que invite a otros no tanto a seguirlo servilmente, como a hilar sendas imprevistas en la tela de araña de la historia.

Devoramos, en realidad, la materia misma que nos compone: la carne de los días, los meses, los años. Y nuestra memoria poco a poco va desollando las pieles de las presas del pasado que cobramos en el ejercicio continuo de la vida. Las recubrimos, luego, del tatuaje trabajoso que tejen las palabras, en cuya trama se confunde cuanto fue, lo que existe y aquello que vendrá más adelante.

Tal es, en definitiva, el privilegio de la palabra: anulación del tiempo, sangre del alma, modelo de las cosas, semilla del deseo, esquiva sombra de la muerte, laboratorio de la libertad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario