jueves, 5 de mayo de 2011

Alma y amor

Dónde se oculta la conciencia. Cuál es el lecho secreto, el hogar recóndito y firme, el espacio que ya solo es llama y ardor, soledad íntima y recortada, música que se presenta en el instante denso, cuyo despliegue es ya la intensidad y el pinchazo, la agudeza y el filo, la caricia del calor oscuro, prensado, silencioso.

De todas estas sensaciones nos llegan primicias en el amor, agua que fluye más allá del deseo, al que solo regala las gotas que humedecen escasamente los labios, que resbalan por la garganta con capacidad de rozar por leves pasos el umbral de la saciedad, sin que la sed, sin embargo, produzca otra cosa después que arborescencia ambiciosa, lejanía que se bebe en los ojos hambrientos, luminosidad que se prende y enseguida queda apagada, apenas tras su estallido pequeño y su orgullo recogido.

Y sin embargo, es en la ausencia donde vibra el presente, donde se llena, en la falta donde la plenitud dibuja su sombra, en la carencia donde nacemos a la necesidad del otro y de nuestra propia alma henchida y compacta, dulce y tensa, solemne en la humildad, ciega en el amparo de la propia materia que se basta y se colma.

Apetito de eternidad, gana de ahora, espacio de semilla a punto de rebosar y desplegarse, plegaria y misterio. Todo lo que viste y hermosea, cuanto abunda y florece, el rostro de la propia esencia que espera y halla en la contemplación, en el secreto, en la luz perezosa, en la cosquilla interior. Adivinada presencia, intuición, solícita agonía que felizmente comparece y exalta.

Dónde se esconde.

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