No es solo el lirio limpio de tu frente,
ni el barro fresco y vivo de tu boca.
Ni la espada de sal que se adormece
por el temblor anfibio de tus ojos.
Es también por tu voz,
la dulce herida,
sangre, cáliz de lunas llenas,
vino de espesas sombras
y deseo.
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