Preguntar por la verdad. Temeraria propuesta. El mineral precioso que se esconde en las vetas de nuestro interior, en la ciudadela del alma. Los muros más íntimos e inexpugnables defienden de nuestra inacabable sed el sagrario secreto del elixir soñado, el sabor hondo y vivo de la vida esencial, destilada, pura.
O esa otra verdad mendicante, que no sabe a humanidad profunda, sino que extiende su vuelo escurridizo, continuo, misterioso, por la piel de todas las cosas, en el perfume apenas entrevisto de la materia que nos rodea y de la que, además, estamos fabricados. La verdad que nace de formar de cuanto existe imagen fiel en la conciencia, aun a sabiendas de que el espejo de nuestro saber es cambiantemente deformante, pues al modelo dibujado hoy sobre ese cristal sucederá mañana otro de diferente catadura, ropaje novedoso... e imprevisible descendencia.
¿Qué verdad importa más? El camino interior nos tienta para hallar la huella de nuestro yo auténtico, si tal cosa la hay, debajo de las engañosas pisadas de cada acto más o menos fútil y accidental. La grandeza del Universo, en cambio, parece convocarnos al banquete de un conocimiento superior, absoluto, opíparo. Nos seduce con la promesa de un orgullo nacido del desciframiento completo, la glotonería del saber extenso que tan a menudo nos aparta de la intensidad con que quisiéramos ser precisa y llanamente quien realmente resulte a fin de cuentas que seamos.
En filosofía, ambas verdades van siempre de la mano. No es solo pensar qué somos en el mundo que ambicionamos conocer, sino también a qué nos obliga ser quien somos, ya que además de estar hechos de materia, de ser objeto, sentimos el imperativo de la acción, la necesidad de llenar nuestro tiempo de actos morales que van configurando las capas del yo subjetivo. Y en el pensar ordenado las dos verdades van tejiendo el tapiz de nuestra dimensión humana.
¿Somos en la medida que sabemos, o más bien hemos de saber qué somos para poder ser realmente nosotros? Apartados de la identidad instalada en el entorno plácido de la naturaleza, distanciados de la seguridad de la inocencia, nuestra mente construye siempre una vida que se fabrica de ignorancias combatidas, brujulea en los sinsentidos, traza mapas de enigmas sin dejar de navegar al mismo tiempo, pues corrige constantemente el rumbo al alma inquieta y peregrina.
¿Qué es la verdad? La pregunta resuena a través del tiempo. Escrita en los labios del procurador romano, vuela como un ave sin nido para posarse siempre en cada corazón, en cada persona capaz de preguntar y de buscar, una y otra vez, respuesta.
"La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.
ResponderEliminarMiguel de Cervantes Saavedra."
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Yo siempre he sentido, más que pensado, que si la verdad es algo, es el amor. Un abrazo.
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