El cristianismo es peculiar. Al percibir la presencia de la deidad en una persona concreta, real, histórica, afirma el arraigo del ser divino, pleno y libre, en la concreción limitada e imprecisa que en cada ser humano se da de la existencia.
Vivir es desear, elegir, es aceptar error y frustración, pero también, sin duda, merecer acierto y felicidad. En Cristo se encarna el deseo total, la elección absoluta, la libertad tensa de exponerse continuamente, de ofrecerse por entero, de caminar sobre el abismo de la totalidad y de la nada. Una apuesta sin reservas, que entrega el alma en el hecho mismo de sacrificar el cuerpo. La pasión, en este sentido, extrema la intensidad del cuerpo que sufre, que no es otra cosa que el reverso del alma, hermanados ambos en el dolor perfecto, fundidos en ese acto absoluto que es la muerte.
De este modo Cristo consagra lo humano como la dimensión elegida por Dios para exaltar su propio acto creador. No solo son alabanza y plegaria ritualizadas lo que se expresa y refunda, es la propia vida, despojada de inercia biológica y proyectada a la condición de acto deliberado, de libertad continua y consciente. Si lo divino entra en la creación al proyectarse en el primer hombre, imagen y semblanza de Dios, en Cristo es el acto mismo del deseo, la volición sin medida la que se encarna y se subraya en el crescendo vigoroso y decisivo del camino del Calvario.
Y todo ello no es sino expresión figurada, relato que despliega en la secuencia del tiempo sagrado y narrativo una condición en cierto modo atemporal, abstracta: es lo divino lo que nos habita. La palabra, el lenguaje humano, se desvela como el instrumento y la medida de nuestra realidad más plena, de nuestra consanguinidad con Dios. El sello de Dios. Cada palabra es presencia, ubicua y ardiente zarza que nos entrelaza en el hecho moral de existir y debatirnos entre hermanos. No solo las Escrituras, sino que toda palabra es ya por el hecho de decirse imagen del logos, del pensamiento y la conciencia, connaturales a la divinidad.
Toda persona atrapa un adarme de luz por existir. Y la desprende al hablar, al devolver a la materia la chispa de la capacidad de crear que en la palabra es recuerdo condensado y diminuto del acto primero. Decir es privilegio de persona. Y actuar, el reverso condigno del habla.
No hay solo el plano narrativo, extenso, hambriento de tiempo y rito. Es teología también, y de qué modo, el acto, la obra, buena o mala: en cada una, cabe todo un paraíso, toda una infinitud de condena. El instante no es sino la cruz de la eternidad, su otro rostro. Si nos desprendemos de la necesidad de ver lo que narramos, caerán entonces las escamas de nuestros ojos: lo que desvela el cristianismo, la revelación más completa es que en todo momento estamos escuchando a Dios en labios de nuestros semejantes, viéndolo en sus cuerpos y experimentando su esencia de libertad en nuestra propia capacidad de decidir. No hay, en sentido estricto, promesa futura, sino reconocimiento en lo presente. Una religión que no admite demoras o plazos. Que sitúa al hombre en la urgencia de ser plenamente en su aquí y ahora, en su manera concreta de estar y transcurrir, que constituyen su único ser.
Hasta aquí, con cierta premura, algunos apuntes o fogonazos de intuiciones que me asaltan cuando trato de leer nuevamente, con otros ojos, despojándolo ya de figura y metáfora, el texto con el que el cristianismo ha desafiado al ser humano en la Historia.
Me gusta hacer adivinanzas y me da por pensar que el pasaje que te ha inspirado toda esta maravillosa exposición acerca de lo valioso que es el hombre como imagen de Dios es el pasaje, tan poético, donde Cristo dice: "Fijaos en los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Sin embargo, ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos." Si a los lirios así los viste Dios, tanto mejor nos viste a nosotros, que no tenemos por qué preocuparnos por el futuro, pues somos los favoritos de Dios, los que creamos cada día el mundo por encargo suyo.
ResponderEliminarMe gusta esta manera de reivindicar la importancia del momento presente, en vez de pensar sólo en el futuro, en la salvación futura. Me interesan estas reflexiones tuyas. Ex corde, Jesús.