No es casual que los llamados activistas marroquíes elijan la mujer policía española como blanco de su indignación icónica. Un musulmán, que ve en Melilla tierra ocupada por extranjeros infieles, cuando pasa la frontera, ha de aceptar que su libertad de paso sea permitida o negada por una mujer armada y revestida de la autoridad de la potencia europea. Se siente humillado como marroquí, como musulmán y como hombre. Esas mujeres uniformadas y de manos ensangrentadas que dibuja y pone en la picota representan la inversión absoluta del ideal femenino islámico. Mujeres que mandan sobre los hombres, que controlan la libertad masculina de movimientos, que llevan armas.
¿Hay aberración mayor? El lugar de la mujer es la obediencia a la autoridad, varonil, por supuesto; el movimiento restringido y cabizbajo, la clausura domiciliaria y sin duda alguna que la exclusión del símbolo de la violencia legítima, monopolio masculino por excelencia. Es la mujer mahometana la que tiene en su alma vigente a todas horas el toque de queda, tierra que es ocupada por los prejuicios más obscenos y deshumanizadores de sus machos. La que va uniformada de invisibilidad, la que no ostenta su cuerpo ni alza su mirada. La que solo y escasamente sobre los niños muy pequeños ejerce cierto mando y más que nada una tutela vicaria, pues ya se sabe que hijos e hijas pertenecen en realidad al padre.
Es el destino aciago del Islam de hoy, desnortado e incapaz de abandonar sus más rancios y execrables prejuicios misóginos. No protestan estos días, en realidad, contra lo que aparentan, por la presencia de España en esas ciudades. Abominan de la libertad de las mujeres, de la que nuestro país es, en cuanto Occidente, garante y defensor, en enclaves donde viven musulmanas que tienen las leyes de su parte como defensa y oportunidad. Les recuerdan a las doblemente súbditas marroquíes que el territorio bajo Mohamed VI es propiedad privada de los hombres. Que el pecaminoso ejemplo que España incrusta en tierra musulmana, dando autoridad y armas a hembras, es una abominación contra la que luchar constituye un deber del patriotismo viril y coránico, obediente al Comendador de los Creyentes. No se trata de un problema de descolonización. El verdadero conflicto fronterizo estriba en el infierno y el muro de exclusión, de minoría de edad permanente y de abandono de humanidad y derechos que estos libertadores vociferantes edifican heroicamente contra las marroquíes y musulmanas, en particular, y, si pudieran, contra todas las mujeres, en general.
Esa es su única y triste conquista profetizada, su guerra santa. La preservación y el endurecimiento de la ocupación indigna que los hombres del Islam perpetran en el cuerpo y en el alma, sometidos y esclavizados, de las mujeres.
Me descubro ante este artículo que merece salir en los grandes periódicos.
ResponderEliminarCreo que la clave son las mujeres. Es ese el territorio donde Occidente se juega la batalla de la libertad. Donde tiene que demostrar hasta qué punto no es un don aplazable, no admite demora ni excepción cultural alguna. Si ni siquiera somos capaces de enarbolar este estandarte, ¿qué queda de tanta sangre, tanto arte, tanto pensamiento, tanta historia? En clase suelo decir a las chicas que los atenienses murieron en Maratón para que ellas puedan alzar la vista y sonreír hoy. Y que es la misma batalla de Lepanto, esa que permitió a Europa, esa ninfa siempre mujer y siempre joven en el Olimpo imaginado, ir pariendo trabajosamente la libertad. La única batalla digna, que bajo diferentes banderas se ha librado siempre desde que el sueño griego de democracia infectó la mente humana. Y así debemos seguir, intoxicados de libertad, enfermos de deseo, abiertos a la vida y la sonrisa. Con el rostro velado sola y únicamente por el viento.
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