Tu nombre me reseca los labios.
Sabe a moneda, a cobre sucio.
El deseo me abre
como un cuchillo ágil
la piel sedosa del silencio.
Fuego que hiere,
rayo de muerte derretida,
cristal sediento, augurio,
entraña negra de sangre derrotada.
Toma mi boca
en tus labios de sombra;
aprisiona, amor mío,
luego en ellos mi sexo, dulcemente.
Oh noche amable, donde vuela
tu mecánica lengua enfurecida,
noche de lodo y lago,
mojada en la ambición oscura de los besos.
Tu nombre, amor,
siempre tu nombre,
esta asfixia de sequedad inexorable,
de placer vivo y terso
suavemente amoldado a la memoria.
En realidad, el verso de Luis Cernuda, que tomo prestado en el título, se refiere no al amante, sino a la España odiada y adorada en el exilio. Sin embargo, siempre el destierro y el amor abandonado han sido elementos casi intercambiables.
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