No parece momento de reproches. Todo lo que propone ahora Rajoy es evidentemente acertado: ampliar el jibarizado bachillerato al menos a tres años, separar y dignificar una formación profesional desde los quince años, sin camuflarla vergonzantemente en programas de garantía social (o cualquiera que sea el nombre que lo recubra). Son pasos decididos en la buena dirección. También lo son, indudablemente, el establecer una reválida externa y nacional en sus fundamentos y el rescatar al idioma español de los arrabales y chamizos en los que la ceguera cainita separatista y el papanatas daltonismo folclórico-socialista lo mantienen secuestrado. Todas estas propuestas deben suscitar un sí incondicional. Al menos en cualquiera que no se empecine en mirar el mundo en el espejo deformante de un esperpéntico delirio o alimente una estrecha ambición de entronizarse como reyezuelo provinciano o lobotomizarse en microfuncionario nacional-liliputiense.
No todo lo hecho y existente es negativo. Tenemos un sistema terriblemente pedagogizado, pero que podría producir mucho más de lo que da, solo con un vigor disciplinario coherente y de justicia rápida. Pues muchas veces solo haría falta valor personal, sin esperar decretos normativos ni sentencias firmes de funcionarietes mentalmente emasculados. Un ejemplo. Los que dan clase a los alumnos acusados de vejar y amenazar de muerte a una profesora en Toledo no deben impartir docencia a criminales. No deben ni entrar en el aula, mientras esos delincuentes sigan en ella. No por corporativismo. Por dignidad. Importa poco lo que digan mediocres directores generales. Eso se hace sin pensar y sin reparar en las consecuencias. Cuando un profesor enseña matemáticas o química a un mafioso capaz de amenazar de violación y muerte, se convierte en cómplice del mal. Y es el mal lo que debe ser expulsado a las tinieblas exteriores.
Luego está la hipocresía de la dualidad entre enseñanza privada y pública. En eso el PP no es sincero. Siempre corriendo a abrazarse y manifestarse con obispos que solo aspiran a ser zalameros turiferarios de un estado rancio y paternalista, moda Segundo Imperio. Y ya va siendo hora de que alguno de los cocineros de ideas del Partido Popular lea -y entienda- a Voltaire (no estaría mal que Rouco..., pero no pidamos peras al olmo). Como también sería hora de que los socialistas cultos y serios (alguno queda, prejubilado, pero reciclable) empezaran a preparar una gran limpieza de mediocres ministrillos de recetario y se comprometieran en denunciar y perseguir públicamente cualquier resto visible o invisible del pedagogismo ignorantista que ha hundido a España en décadas de postración intelectual, de irresponsabilidad moral y, por ende, de ineficiencia económica.
Lo malo no es que los chupópteros de siempre vayan a agitar el fantasma del elitismo decimonónico y antisocial, o el acostumbrado fantoche de Franco, así como las apolilladas momias de Ferrer i Guàrdia, Rosa Sensat, y otras reliquias del funerario culto progre, ese que ofician falsarios como Rafael Feito, Hernández Enguita, César Coll, el susoaludido Marchesi y otros engordados y resentidos loros de la LOGSE. Esos papagayos fariseos con más humos que cerebro. Y un descerebrado eco en El País, impreso y patético tablao de la carcundia progre. Se desgañitarán defendiendo sus puestos de profetas que vampirizan a políticos incultos y acomplejados. Y a toda la sociedad a través de ellos.
Lo peor es que casi nada de lo que dice Rajoy será posible. Porque al final todo quedará en un cambio de rótulos a la espera de que los contracontracontrarreformistas vuelvan a ocupar despachos, legislar delirios y mantener a España en este estado de destrucción intelectual y laboral en que todos los cleros que en el mundo han sido medran como moscas poniendo sus huevos. Sean eclesiásticos, feministoides, antisistémicos, socialistillos o comunisteros. Todos crían podredumbre en el cadáver de un país que pudo ser maduro y democrático, pero que abandonó cada conciencia a su suerte e iniciativa, sin apenas apoyo en una escuela, unos institutos y una universidad ya escasamente enraizados en el saber, en la dignidad y en el esfuerzo. Y en la voluntad y el deseo de aprender y de ser plenamente libres y humanos.
Tu entrada es de antología. Vehemente y certera. La única solución sería un pacto, ese que todos piden con la boca pequeña y nadie articula. Y, sobre todo, que se dejen estigmas, prejuicios, pensamientos únicos, lenguajes y actos políticamente correctos, cortinas de humo (religiones, ciudadanías) y se entre en la raíz. Lo que fastidia es que modelos hay donde mirarse, pero nadie queire verlos.
ResponderEliminar¿Hasta cuándo, amigo Benjamín, habremos de sufrir estos políticos?
Un abrazo.
Pues sí, es un análisis no por acertado menos estigmatizable. Lo malo que tiene es que de tanta verdad todos renegarían de él, blancos y negros, rojos y multicolores. A nadie le gusta verse retratado en sus miserias. Lo bueno sería que cada uno pudiésemos hacer autocrítica y contribuir en nuestro ámbito personal. Pero se antoja difícil. Inteligente el comentario, por ello peligroso. No despertará conciencias ni moverá voluntades, mas será un pequeño teatro de la realidad. Pero quienes mueven los títeres lo seguirán haciendo sordomudos y espectrales. Zapateriles. Vacíos de alma y de humanidad.
ResponderEliminarDorian Grey.