viernes, 3 de junio de 2011

Maragall y Leopardi: España e Italia


Los lectores umbilicales, como ese lletraferit enmoquetado que es Carod-Rovira, consideran el poema de Joan Maragall, Oda a Espanya, una despedida a una patria imposible y desdeñosa, una España sorda a los acentos de la lengua catalana y al pueblo que la sustenta. Para ellos es clave el verso final, en el que se dice Adéu, Espanya, como si Maragall renunciase ya para siempre a ser entendido por esa madrastra imperial y fatua que los independentistas quieren ver a toda costa.

El problema es que estos lectorcillos, compulsivos, pero de mesa camilla y brasero, nunca han salido de su cuarto de costura. Acomplejados por la abrumadora sombra de una gran literatura hermana, que les sume en el rencor cainita y en la ciega mezquindad, cultivan su jardincito, nada epicúreo, pero no pasean sus ojos entornados por otras letras que las únicas que consideran propias. Y no leen ni siquiera a su mejor prosista, Josep Pla, quien les habría advertido de la honda consanguinidad, expresiva y electiva, entre Maragall y Leopardi:

A Italia Canto I

¡Italia mía! Miro muros, arcos,
columnas, simulacros, las caídas
torres de nuestros padres;
mas no encuentro la gloria,
ni el hierro y los laureles que abrumaban
a nuestros ascendientes. Hoy, inerme
el seno muestras y la sien desnuda;
¡cielos! ¡Cuántas heridas!
¡Qué mortal lividez! oh, cuál te veo,
¡bellísima mujer! Al cielo digo
y al mundo: ¿quién la puso
en tal miseria? Y por mayor afrenta
duras cadenas cíñenle los brazos.
Así, suelto el cabello, el velo roto
yace en tierra doliente y olvidada,
y la faz escondida
en el regazo, llora.
¡Llora, Italia infeliz! justo es que llores,
tú, que a todos venciste
en las dichas al par que en los dolores.
(...)

Compárese ahora este inicio, pindárico y de largo aliento, con el poema, mucho más espiritual y recogido, pero igualmente apasionado, de Maragall:

Escolta, Espanya, - la veu d'un fill
que et parla en llengua - no castellana;
parlo en la llengua - que m'ha donat
la terra aspra:
en'questa llengua - pocs t'han parlat;
en l'altra, massa.
T'han parlat massa - dels saguntins
i dels que per la pàtria moren:
les teves glòries - i els teus records,
records i glòries - només de morts:
has viscut trista.
Jo vui parlar-te - molt altrament.
Per què vessar la sang inútil?
Dins de les venes - vida és la sang,
vida pels d'ara - i pels que vindran:
vessada és morta.
Massa pensaves - en ton honor
i massa poc en el teu viure:
tràgica duies - a morts els fills,
te satisfeies - d'honres mortals,
i eren tes festes - els funerals,
oh trista Espanya!
Jo he vist els barcos - marxar replens
dels fills que duies - a que morissin:
somrients marxaven - cap a l'atzar;
i tu cantaves - vora del mar
com una folla.
On són els barcos? - On són els fills?
Pregunta-ho al Ponent i a l'ona brava:
tot ho perderes, - no tens ningú.
Espanya, Espanya, - retorna en tu,
arrenca el plor de mare!
Salva't, oh!, salva't - de tant de mal;
que el plô et torni feconda, alegre i viva;
pensa en la vida que tens entorn:
aixeca el front,
somriu als set colors que hi ha en els núvols.
On ets, Espanya? - no et veig enlloc,
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua - que et parla entre perills?
Has desaprès d'entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!

El tono es idéntico. Pero frente a la belicosidad heroica y helenizante que Leopardi utiliza para tratar de despertar a Italia del sueño, en Maragall es el vitalismo, la euforia de la sangre ardiente, lo que inspira una nueva forma de reconstruir la patria. Frente a la espada y la sangre vertida, la pluma celestial y el arado en la tierra fecunda; frente al bramido oceánico de los cañones derrotados, el aliento del viento siempre nuevo y vivo, que impulsa mercancías y destinos.

Y ese adiós final, (adéu siau, se dice aún frecuentísimamente en catalán, quedad con Dios, hubiéramos dicho no hace tanto en castellano) tan fuertemente connotado en un autor de ardiente religiosidad, ¿no será, más que una despedida, un intento de devolver a España junto a su Dios, en el cobijo de una piedad amorosa, una mística del amor pequeño y esmerado de madre por cada uno de sus pueblos, como el Dios de Asís hablaba a todas las criaturas, dulcemente? ¿No es olvidar a Juan de Austria y tender los brazos a Juan de la Cruz? Nada, pues, de airados adioses ni rupturas, sino, claramente, un deseo de alzarse y ser reconocido como el poeta del futuro de una patria desorientada y perdida. La España que será capaz de levantarse y recoger de sí misma lo mejor de su tradición múltiple, pero unida y cristiana, que no verterá en vano la sangre de sus hijos, sino que mantendrá entre ellos el fraterno espacio que la geografía ofrece y que la historia ha hecho común ya desde el siglo XV.

4 comentarios:

  1. Acertadísima interpretación, muy lúcida. Un abrazo.

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  2. He recibido varios comentarios críticos con este artículo. Muy poco literarios, en sustancia, y más bien políticos. No es mi costumbre otorgar la palabra en mi casa a quien ni siquiera da su nombre, así que si estas personas quieren ver publicados aquí sus comentarios y refutados por completo sus febles argumentos, solo tienen que cumplir ese pequeño requisito de elemental cortesía. Si prefieren tratar de ello ocultamente, no tienen más que dirigir un correo electrónico a bgomollon@gmail.com

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  3. Ah, Juan Antonio, muchas gracias. Viniendo de ti estas valoraciones, solo puedo sentir confirmada mi opinión, reforzada nuestra amistad y enardecida la admiración que te profeso.

    Olé.

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