No dejaste siquiera,
lo sabes bien y debes admitirlo,
la sombra agria
de tu silencio sucio
fundida en los labios agrietados del olvido.
Solamente un espacio
humillado y vacío, una carencia débil,
un alimento
hecho de besos corrompidos.
La bebida letal e indiferente,
el dolor áspero de noches dilatadas.
Quiero tus manos, sin embargo,
quiero de nuevo
su olor a humo y a deseo;
las palabras traidoras, emboscadas
en tu boca
que atareada, suavemente,
acaricia mi sexo
hasta el abrupto nácar desbocado.
Esta memoria, lánguida y errante,
un camino cegado de maleza,
mánchala tú de nuevo
con las huellas profundas,
con la luz arrasada
del amor rebosado,
ese hermano
lascivo y frío de la muerte.
Qué poema tan hermoso. Eros relumbra en los lugares más oscuros.
ResponderEliminarJesús, eres un cielo. Y un propagandista como hay pocos. Un día de estos me dices tu tarifa para citarme en tu blog, cada vez que las letras que se me despegan de la tinta del alma emborronen de silencio sonoro la pantalla
ResponderEliminarMuy cambiado te veo yo.
ResponderEliminarEspero que para bien. En realidad, me siento mucho más yo mismo aquí.
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