martes, 10 de febrero de 2009

Muerte en Italia

Tantas veces el mismo espectáculo, la misma forma de vociferar, de exigir la crucifixión de la inocencia. Del Sanedrín a Pilatos. Del tribunal al Quirinale. Ecce Mulier!. Sortear las vestiduras. Contaminar la muerte, manchándola de ojos ávidos, de alimento que se derrama en la sangre silenciosa, destilándose como por el cuello de un reloj de arena. Luchan por el cuerpo y el alma dormida: el Estado, erigiéndose en paladín de la vida a cualquier precio; la familia, en busca del espacio preciso para el dolor, cruelmente aplazado. Y la Iglesia, con el corazón endurecido, exige fabricar de un ser humanamente ausente una reliquia vegetativa, a la deriva, a la espera de la resurrección, del milagro. A la espera de Dios. De su silencio.

Y, siempre, la acusación que hiela la sangre: tú estabas con ellos, eres de los que matan seres indefensos. Y no debemos negar, ni una sola vez. Pero ¿tenemos acaso las respuestas? ¿Todas las respuestas? La muerte es, sin duda alguna, la frontera suprema del poder. No es extraño que en Italia su presencia invoque los fantasmas de Caifás y de Pilatos. Más aún cuando la víctima no contesta a cuanto han dicho ellos, los príncipes del mundo. Al final, resuena la pregunta, terrible, sin respuesta, del procurador romano: ¿y qué es la verdad?

2 comentarios:

  1. Buena entrada, Benjamín. Eluana es la inocente. Dejo en su frente un beso de ternura.

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  2. Gracias, Jesús. Espero que te guste el vídeo que he subido hoy. Una novedad que espero quede justificada.

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