miércoles, 14 de enero de 2009

Enterrar la muerte: ¿ultraortodoxia de judíos?

A menudo hablo de la muerte. El exterminio nazi, la eutanasia, Epicuro, determinados poemas... No es extraño. La muerte es el dorso de la vida. Cada instante de existencia parece, a la vez que una nítida explosión vital, una escaramuza más en que la muerte impone su triunfo, paciente y sistemático. Su estrategia, antes o después, coronada siempre de victoria. En este sentido, vivir es una inconsistente resistencia. Terquedad por extender los frentes, mientras la retaguardia se nos hunde en el vacío, en el no ser, apenas neblinoso, del recuerdo.

Pero no es la meditación poetizante lo que me atrae ahora, sino los usos de la muerte. La forma como nos valemos de ella para construir el espacio de nuestros valores, el territorio de la sociedad. Y para condenar otros. La resistencia de los judíos a los dictados de la arqueología funeraria les hace acreedores al título de ultraortodoxos. No es un mote inocuo, ahora que la prensa esgrime los cadáveres de niños palestinos sin difuminar su rostro en las portadas. Y recuerda también los interminables regateos en que palestinos e israelíes se enzarzan para canjear cadáveres y prisioneros, con variables tipos de cambio.

Ultraortodoxos son, quién podría dudarlo, los judíos que se empecinan en volver a enterrar los restos humanos ya vampirizados por la ciencia arqueológica, esa dueña incontrovertible de la muerte antigua. Incapaces de hallar la sabia mezcla de excavación y dignidad con que en España se administra la exhumación de cadáveres desordenadamente sepultados en la guerra. O el ritual laico y ecológico con que el bosquimano de Banyoles fue devuelto, ya desmenuzado, a su tierra, en un parque nacional, y hurtado por fin a los ojos inocentemente sacrílegos e infantiles que antes lo visitaban en un museo de provincias, para escándalo de la intercultural España de hoy en día.

Podríamos acumular ejemplos de los usos de la muerte. Los modos como intentamos reconciliarnos con su amenaza, voraz y constante. Los exorcismos científicos y agnósticos a que sometemos la exhibición mediática o la ocultación dolosa de restos de personas. Las prohibiciones, las autopsias obligadas, las siempre elogiables donaciones de órganos. Es desde luego un espacio de reflexión inquietante y llamativo, merecedor quizá de un ensayo. No sé si antropológico. Pero desde luego que privado de adjetivos y estigmatizaciones que nada ayudan, sino que apenas oscurecen la comprensión de cuanto nos compone, de cuanto nos construye y nos habita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario