domingo, 21 de diciembre de 2008

La verdad y su representación: el negacionismo neonazi

Es llamativo el apuro de los relativistas ante la negación del Holocausto. Esa apresurada búsqueda de las herramientas represivas que habían prometido no usar nunca, al empeñar su juramento de graffiti: "prohibido prohibir". Esa necesidad de rodear los aquelarres neonazis de cámaras judiciales, cordones policiales, presencia notarial.

Todo ello convierte, inevitablemente, el vómito luciferino en combustible para las espadas de fuego, en pasto de la verdad sentenciada, en relleno de la crónica mediática que se alimenta de escándalos y monstruos. No es difícil intuir que el obsesivo auscultamiento legal del exabrupto racista, lejos de apagar esas voces, acaba ampliando su resonancia. Cuanto conservamos de los intelectuales antiguos contrarios al cristianismo nos ha sobrevivido en las obsesivas refutaciones de los Padres Apologetas. Huelga decir que el interés actual apenas se dirige a las anodinas y adocenadas argumentaciones pías, sino que nuestros ojos buscan como posesos cuantos fragmentos, más o menos alterados, nos permitan reconstruir los escritos agónicos de los últimos romanos. Una actitud históricamente comprensible en los que aspiraban a imponer dogmas, no en el estado democrático, garante de los derechos individuales inalienables.

Quizá es precisamente la incapacidad para establecer axiomas morales mínimos, un territorio de ética civil compartida, lo que amenaza con convertirnos irreflexivamente en represores que derrochan su energía contra charlatanes de feria, a los que prestamos el paradójico ennoblecimiento del perseguido. Solo porque disfracen sus derviches bajo el ropaje del historiador, no podemos dejarnos arrastrar a la demoníaca lógica del auto de fe. Son los totalitarismos, precisamente, los que se valen de la razón de la fuerza, la democracia el régimen que usa, exclusivamente, de la fuerza de la razón.

No existe delito de opinión. No podemos cruzar esa frontera. Si lo hiciéramos, no tardaríamos demasiado en convertir nuestros tribunales en el brazo seglar abducido por pequeñas inquisiciones, ya fueran feministas, ecologistas, islamistas... Síntomas tenemos a diario de la preocupante ambición de todos aquellos credos que ansían convertir sus fetiches privativos en idola fori, en límites crecientes de la libertad de expresión de todos y de la neutralidad del estado liberal.

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