Parece que finalmente hemos llegado a un punto de no retorno en la cuestión religiosa en España. Y la historia no nos permite ser optimistas en cuanto a los resultados de un enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia, si bien es cierto que las circunstancias sociales son hoy muy diferentes, con numerosos credos arraigados y crecientes en el seno de una sociedad de tradición cristiana, pero irreversiblemente secularizada en sus costumbres y valores.
La creciente visibilidad masiva de los católicos ha surgido, aparentemente, de la oposición a las leyes recientemente promulgadas. Y no hay duda que ha sido un factor detonante. Pero, en realidad, el fenómeno tiene raíces más profundas. El catolicismo tradicional, basado en la parroquia y la jerarquía escalonada, en el culto en el templo y la procesión festiva, está en crisis. Busca nuevos modos de presencia, de movilización y respuesta frente a la cultura urbana y globalizada. Recluta partidarios a través de organizaciones integristas, de corte sectario y perfil intelectual disminuido. Refunda su simbología tratando de recuperar elementos litúrgicos y dogmáticos que produzcan en los fieles una identificación con la comunidad histórica de los creyentes, más que con la sociedad general, con la que ya no pueden confundirse. Organiza actos masivos, pensados para su retransmisión en los medios, para conquistar numéricamente la relevancia informativa en un mundo fascinado por aquellos que se agitan y vociferan, y no por lo que está asentado y permanece silencioso. Opera a través de mensajes tajantes y maximalistas, difundidos con la técnica de la propaganda y la consigna, más que la reflexión y el diálogo. Dibuja un rostro, una exterioridad contundente, desde la que afirmarse como un elemento que no se diluya en el relativismo reinante en Occidente. No está claro si su desafío se lanza solo al espacio civil laico o, en una medida difícil de calibrar, también al mercado de creencias nuevas que surgen con vigor, unas alimentadas por la inmigración, otras resultado en parte del exotismo y en parte del vacío dejado por las ideologías redentoristas de la izquierda.
Mientras la izquierda se ceba en nuevos caladeros de minorías y amenaza con pequeñas venganzas a corto plazo, el movimiento de los católicos, constante y decidido desde el anterior papado, trata de avanzar en la redefinición clara y directa de su mensaje y su escenificación, aprovechando las ocasiones coyunturales para robustecerse, sin ceder, sin embargo, terreno en la concienzuda implicación social y la beneficencia discreta, que tanto lo legitiman. No parece, pues, que se trate tanto de un órdago hostil de urgencia al conjunto de la sociedad y sus leyes, como de una reafirmación de fondo en un tiempo diferente y cambiante.
Y es que el vaciado simbólico de la tradición occidental y su neutralismo legislativo pueden proteger en apariencia amplios derechos para todos, pero también pueden cegar el imperio de la norma a las taifas culturales de las minorías religiosas y raciales, completamente opacas a las luces de un estado que legitima las barreras de la especificidad cultural, en abierta contradicción con los derechos individuales que dice defender. El futuro dirá si la estrategia está bien definida. Porque el individuo como realidad responsable y valor absoluto es una construcción de Occidente, que parte, históricamente, de la eticidad de la Antigüedad Clásica y del concepto cristiano de alma individual y libre. Y las leyes, por muy avanzadas que se promulguen, no empaparán el espíritu de una sociedad atomizada, si se renuncia a incorporar personas y se opta por consagrar comunidades respetables en su seno.
El peligro, inversamente, para el cristianismo es abandonar por completo la centralidad de referencia histórica y caer en modelos cerrados de comunidad combatiente con otras, a las que acaba legitimando, de rechazo, en pie de igualdad. Un exceso de radicalismo puede dar réditos de fortaleza militante a corto plazo, pero también implica el riesgo de abandonar la bandera de la libertad en manos de la izquierda, deslegitimada por la historia, y que enarbolará furiosamente ese estandarte regalado, con el que se promete ocupar el espacio ideológico global heredero de la Ilustración.
Una interesante pugna, en suma. De resultado impredecible.
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