Para que descendiera de tu mano
la palabra al papel como una llama,
tuvo que desprenderse de unos labios,
navegar por oídos sucesivos.
Recorrer la quietud de los susurros,
la tormenta escarpada de los gritos,
el quebranto de umbríos epitafios,
y la luz del amor enardecido.
Se impregnó de la sangre y de la guerra,
de la caricia hambrienta de los besos,
a través de los huesos y los siglos,
de esperanzas y lutos derribados.
Y llegó hasta tu boca como un vino
fermentado en la sombra silenciosa.
Se incendia la embriaguez, Ángel González,
de los ojos que surcan tu escritura.
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