Enhebrar el placer, como una herida,
en la aguja sedienta del gemido,
la lágrima irisada
de la voz que arracima vuelo y vuelo.
Desceñir la memoria, limpiamente,
de su pudor trenzado y entre dientes
rebosar agonías y mareas,
sombras desnudas, carne, gozo, sangre,
silencio abruptamente iluminado.
Escribirte en la piel de este poema,
tatuarte la muerte y el deseo:
esto es amarte. ¡Hielo de miel,
quien lo probó, lo sabe!
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