jueves, 26 de septiembre de 2013

Frau Merkel y España

Frau Merkel determinará, según parece, el valor real de las aportaciones de los trabajadores españoles para el sustento de sus jubilados. No solo debemos congratularnos de que decida ya hace tiempo el sueldo de nuestros perezosos funcionarios, congelado de nuevo merecidamente en hielo fósil. Incluso deberá determinar, por nuestro progreso, hermanos, cuántas proteínas podrá agenciarse a céntimo pelado una viuda hispánica, un pensionista de caminar tembloroso, de esos que quemaron su vida en el tajo desde los doce o los catorce años. Sí, esos que cambiaban prematuramente el polvo demorado y blanquecino de la tiza por la amenaza silenciosa del grisú traicionero,  justo esos. O aquellos otros que ajustaban las piezas de los vehículos germanos, estabulados en las fábricas de la racial Baviera. Todos, amigos, todos esos abuelos encantadores sin excepción compartirán por igual el destino y el derecho de legarnos un futuro absolutamente espléndido, europeo, competitivo, laborioso. Cuajado de minijobs de 400 euros para jóvenes sonrientes y austeros, medicamentos copagados por ancianos raquíticos, bancos gloriosamente reflotados, como icebergs mastodónticos de corazón helado. Universidades recalificadas en Eurovegas múltiples, hongos tabáquicos que devorarán hectáreas al servicio de la ludopatía desembarcada desde aeropuertos teutones y británicos. Qué decir entonces, cómo no agradecer el maná venturoso con que nuestra gloriosa moneda común nos riega generosamente. Hace crecer felizmente precios nunca imaginados, que nos llenan de asombro y gratitud ilimitada. Cómo íbamos a soñar, en nuestro aislamiento africano, que alcanzaríamos el privilegio europeísimo de pagar en gruesos marcos doblados, ahora trasvestidos en euros, las escuálidas barras de pan gomoso y fugitivo que tan apenas nos sacian. Que nos permitiríamos el lujo señorial de apoquinar varias veces a las patrióticas empresas eléctricas españolas los kilowatios que menudean en las bombillas salvíficamente ecológicas con las que mimamos el medio ambiente patrio. Y qué decir de esa monarquía ejemplar, espejo de virtudes, asombro de naciones, esa familia austera, espartana, que nos representa tan dignamente, resignados servidores del pueblo, abnegados en sus vidas grises y laboriosas, desprendidos de cualquier complicidad con el vacuo lujo y la ostentación superficial y vana.

¡Oh patria feliz, oh venturosa España, cuna de santos, martillo de herejes, gloriosa reserva espiritual y carnal en tus macroprostíbulos, asiento de virtudes heroicas en tus casinos humeantes y gigantescos, tú, que felizmente te despojas de médicos y profesores parásitos, de arbitristas investigadores, tú, piel de toro herida, que te rehaces en festejos raciales, que aplaudes y jaleas millonarios unineuronales de calzón corto, héroes forjados en el duro ejercicio del deporte dopado y los sueldos fiscalmente opacos, patria de políticos sobresueldosos, de pícaros patriotas que te esquilman en parlamentos palabreros y huecos, reino de la dieta y el chanchullo, quintaesencia del delirio legislativo, país dichoso, afortunado una y mil veces, arrodíllate, póstrate sonriente ante la nueva, la única, la emperatriz democrática y germana, la nunca como se debe alabada Frau Merkel! ¡Oh tú, mujer de acero, santa matrona de la Democracia que respiramos y adoramos, en espera fiel y solícita del progreso con que nos cubrirás por siempre, gloria a ti, gloria eterna, eterna, eterna!

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