He tejido la sal ardiente de tus ojos
plenos en la serena calidez del sueño.
He surcado el silencio con mis manos
hambrientas de temblor y de gemido.
Mujer, la luz mejor con hilos invisibles
balbucea desnuda ante tu rostro
redes de soledad, mareas de hermosura,
ahogos en vano de lumbre y sangre espesa.
Vengo a ti en la querencia de tu boca,
en la esperanza dulce de tu cuerpo,
como un soldado amante,
como un mar embrujado,
un dibujo borroso
que busca devorado
amparo en tu saliva,
refugio y vida
en el pincel preciso de tu lengua.
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