Como el espejo bebe
la luz, la piel, la silenciosa
mansedumbre huidiza de las cosas,
así bebo las huellas
lacerantes y dulces
que tu boca sembraba
en el cristal callado de mi espalda.
Y duele, sin embargo,
aún no poder mirarme
–impaciencia de seda–
en el agua sedienta de tus ojos.
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