viernes, 1 de abril de 2011

La Muerte

Viene a ti, y se sienta
a tu lado, muy despacio,
la Muerte
con sus lágrimas cansadas.
Quizá es una confidencia,
algo secreto, inusual o imprevisto
lo que quiere decirte
en voz muy baja,
no aciertas a entenderlo.
Sientes de pronto, sin embargo,
que has de cogerla de la mano,
acariciar su sien
peinando su cabello lacio,
despacio
por encima de la oreja.
Un desconsuelo hondo,
soledad,
dolor, en todo caso,
percibes en sus ojos
distantes, eso sí, inexpresivos.
No has sentido, es curioso,
ningún miedo, ni siquiera ahora
esa indomable
necesidad de huir que tal vez esperabas.
Solo el contacto
frío y antiguo de su piel
no deja de advertirte
(pues aún tienes tiempo,
no demasiado)
que tal vez deberías alejarte.
Pero aceptas que sus labios
se acerquen a tu boca,
y extiendan
un sabor ocre
de arena y de vacío
que invade ya, definitivamente,
tu cuerpo abandonado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario