Hace
unos días volví a pensar en un libro que amo. El que más amo de
cuantos me han conquistado la mirada y el alma. Me entretuve en
recordar interminables horas juveniles, felices, de insomnio
voluntario. De aquel mucho leer y poco dormir que me enloquecían. Y
es que había encontrado unos papeles que escribí sobre don Quijote,
destinados, hace unos años, a chavales de cuarto de ESO.
La
figura del viejo caballero imaginario me servía, entonces, para
proponerles un afán de vida, un ideal fabricado de deseo y de
locura. No es necesario que la realidad se moleste en presentarnos el
asombro intenso de las aventuras, venía a decirles. Basta con que
seamos capaces de dibujarlas, ahí delante, en el camino, con los
ojos del alma. Alzarlas ante nosotros moldeando el barro obediente de
las ilusiones. Porque caer del caballo, rota la lanza en las aspas de
un molino testarudo, no puede impedir que nos levantemos. No debe
evitar que volváis a emprender, os digo, también ahora a vosotros,
la senda de las aventuras, locamente dispuestos a desfacer entuertos,
socorrer a los débiles, enderezar el alma y convertir este regalo de
la vida en un espacio, necesario y hermoso, de dignidad y de
libertad.
De
esa materia están hechos los sueños. Vuestros sueños también,
esos que ahora, acabados los estudios, empezarán a cobrarse el
precio del tiempo y la existencia. Nunca es fácil el futuro, nunca
os otorgará la victoria en el primer envite. Pero os conozco. Y os
hemos dado una herencia inmensa, aunque humilde, hecha de tizas y
timbrazos, de mapas y diapositivas, libros, muestras, patio, luz,
pupitre, música, regañinas, aplausos, risas, lágrimas, esperas...
Lo
lleváis en el zurrón de la memoria. De noche, algunas veces, cuando
distingáis, en mitad del silencio, a la luz de las estrellas, los
relinchos hambrientos de Rocinante, sabréis sonreír y echar mano de
estos recuerdos. Podréis llevarlos a la boca, saborear el tiempo del
Ventura, aquella manera amable y ya un punto borrosa con que
pasasteis los mejores años de vuestra vida, en este destartalado y
querido instituto nuestro.
Sé
que, al asomarse el alba, ese sabor, dulce y lejano, os acompañará
al ensillar de nuevo la montura. Y dibujará en vuestros labios la
sonrisa, la misma sonrisa con que quiero despedirme de vosotros,
ahora que estoy seguro de que conquistaréis la suerte que os
merecéis sin duda alguna.
Vale.
29
de junio de 2012
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